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Naturalmente, dejando de lado los meses de oscuridad pro-
         ducidos por el volcán, la falta de luz también comportaba falta de
         calor, especialmente si contamos que en aquella época el planeta
         era un lugar más frío que en la actualidad. Las chimeneas no son
         muy eficientes proporcionando calor a estancias grandes: hasta
         Thomas Jefferson contó en una ocasión que  tuvo que dejar de
         escribir en su casa porque se le había congelado la tinta en el tin-
         tero. En los gélidos inviernos de gran parte de América del Norte,
         en un año no tan lejano como 1866, un cronista llamado George
         Templeton anotó en su diario que con dos hornos y todas las chi-
         meneas funcionando, la temperatura de su casa en Boston apenas
         superaba los tres grados.
             Nadie había pensado aún en la electricidad.  Si bien era un
         tema fascinante  en la época, nadie era capaz de entender sus
         implicaciones prácticas. Por ejemplo, Luigi Galvani (1737-1798)
         había demostrado que la electricidad contraía los músculos de una
         rana muerta, empleando unas sencillas baterías, lo que le llevó a la
         conclusión de que la electricidad era la fuente de toda existencia
         animada. Su sobrino, Giovanni Aldini (1762-1834), estrenó un es-
         pectáculo que consistía en animar los cuerpos de asesinos recién
         ejecutados o las cabezas de los guillotinados con este sistema.
         La electricidad se aplicaba también para tratar el estreñimiento
         o evitar que los jóvenes tuvieran erecciones ilícitas. Pero nadie
         podía concebir aún que pudiera servir también para iluminar y
         calentar el mundo.
             Sin  embargo, para el joven Faraday,  la lectura de  Galvani
         tenía un interés especial, sobre todo por lo que respecta a la hi-
         pótesis de que la electricidad podía animar a los seres humanos,
         pues su padre había fallecido hacía poco. Faraday - tal y como
         había especulado también Shelley al escribir su novela sobre el
         monstruo de Frankenstein durante una noche en la que el cielo
         estaba cubierto por los restos de un volcán remoto- se pregun-
         taba si en verdad Galvani habría descubierto un procedimiento
         para crear vida. La chispa de la vida.
             Humphry Davy, futuro tutor de Faraday, había demostrado a
         principios del siglo XIX que era posible hacer saltar un arco de luz
         eléctrica entre dos varillas de carbono. Pero no fue hasta 1846






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