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buena suerte. El matemático Paul Dirac (1902-1984) consideraba
que sus ideas habían llovido del cielo, pues ni siquiera era capaz
de saber exactamente cómo se le ocurrieron.
Esta sensación de éxito inmerecido era aún más acentuada
en el caso de Faraday, pues su credo religioso la fomentaba es-
pecialmente, tal y como ya había ocurrido con otro gran cientí-
fico, Nicolás Copémico (14 73-1543), que se refería a la naturaleza
como el Templo de Dios. Los padres de Faraday eran devotos
miembros de una forma minoritaria de la Iglesia protestante de-
nominada sandemanianos o glasitas, · un grupo particularmente
aislado de los otros credos que seguían los preceptos del cristia-
nismo con un rigor máximo, sin apartarse ni una línea de cómo
estaban expresados en el Nuevo Testamento. Fundada por un
escocés llamado John Glas (1695-1773) y su yerno Robert Sande-
man (1718-1771), la secta de los sandemanianos trataba de recu-
perar el espíritu de los primeros cristianos. Huían, pues, de las
intelectuales exégesis escolásticas de la Biblia y más bien hacían
hincapié en la fe infantil que Jesús había pedido a sus discípu-
los. Para los sandemanianos, profesar otro credo era un com-
pleto error, de modo que su código de conducta era refractario
a cualquier cambio o influencia. Si cualquiera de sus miembros
era descubierto llevando a cabo actos pecaminosos, podía ser
expulsado de la Iglesia, tal y como recomendaba el Nuevo Testa-
mento. Tales transgresiones, entre otras, incluía la de «no ser lo
bastante humilde», y Faraday siempre fue un fervoroso seguidor
de su Iglesia, así como lo fueron su futura esposa y sus mejores
an1igos. Ello le condujo a una vida dominada por la austeridad,
rechazando incluso cuantos títulos y cargos le fueron ofrecidos a
lo largo de su carrera. En 1857, por ejemplo, rechazó la presiden~
cia de la Royal Society, uno de los cargos más importantes a los
que un científico podía aspirar en Inglaterra. Para excusarse, Fa-
raday adujo que el puesto requeriría un exceso de trabajo, y ma-
nifestó a un amigo: «Debo permanecer siendo Michael Faraday,
a secas, hasta el final». No en vano, los sandemanianos creían en
el castigo corporal, en consonancia con la admonición del Libro
de los Proverbios, 13:24: «Quien escatima la vara, odia a su hijo,
quien le tiene amor, lo castiga».
38 BUSCANDO LA CHISPA DIVINA