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ALERGIA A LA FÍSICA CLÁSICA
Wemer Heisenberg fue dueño de un cerebro fuera de serie, que
recibió el estímulo de una educación privilegiada. Su padre era ca-
tedrático de griego en la Universidad de Múnich y su madre era
hija del rector de un instituto de élite. En el hogar familiar fomen-
taron un carácter tan sociable como competitivo, dos rasgos que
cabe apreciar en la mayoría de las fotografías de Heisenberg,
donde encara el objetivo con una sonrisa franca, que rebosa segu-
ridad en sí mismo. Le gustaba destacar en cualquier actividad que
acometiera, ya fuera la física teórica, el ping-pong o el piano, que
tocaba con un virtuosismo de concertista. En el terreno científico
se cruzó con los mejores maestros: «Aprendí física, aderezada con
una pizca de optimismo, de Sommerfeld; de Max Bom, matemáti-
cas; y Niels Bohr me introdujo en el trasfondo filosófico de los
problemas científicos».
La irrupción de Heisenberg en la mecánica cuántica trajo la
primera forma de pensar verdaderamente original, libre de cual-
quier compromiso con la herencia de sus mayores. Había que dar
la razón a Planck cuando argumentaba que «una nueva verdad
científica no triunfa al convencer a quienes se oponen a ella y ha-
cerles ver la luz, sino más bien cuando sus adversarios al fin mue-
ren y crece una nueva generación para la que ya resulta familiar».
Para avanzar, se tuvo que consumar un relevo generacional, con
físicos que convivieran con naturalidad con las glietas que había
abierto la teoría cuántica y las profundizaran. La Primera Guerra
Mundial frenó el reemplazo, puesto que los científicos más jóve-
nes, como Schrodinger, tuvieron que abandonar la universidad
para marchar al frente. Muchos no regresaron y su eventual apor-
tación murió con ellos en las trincheras. En los primeros años de
la posguerra, Alemania sufrió un severo aislamiento científico,
siendo excluida de los congresos internacionales, pero, en la
época en la que concluía la maduración de Heisenberg, el deshielo
ya se había puesto en marcha.
En el artículo que lo consagraría, Heisenberg siguió los dicta-
dos del Tractatus, publicado cuatro años antes: «De lo que no se
puede hablar, es meJor callar». Él adaptó las palabras de Wittgen-
106 LA BÚSQUEDA DEL SENTIDO