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UNA REVOLUCIÓN INVOLUNTARIA


                     Aunque se pueden señalar indicios en la obra de científicos anterio-
                      res, se suele considerar que el certificado de nacimiento de la me-
                      cánica cuántica lo extendió Max Planck el 14 de diciembre de 1900,
                      cuando presentó ante la Sociedad Alemana de Física los resultados
                      de su investigación Sobre la  teoría de  la ley de  distribución de
                      energía en el espectro normal. Lo hizo con un sentido dramático
                      de la oportunidad, el último mes del último año del siglo xrx.  Así
                      clausuraba cien años de ciencia particularmente feliz  con el ha-
                     llazgo que derrumbaría los pilares en los que se fundamentaba.
                         Hasta entonces, Planck había consagrado su carrera científica
                     al estudio y aplicación de la segunda ley de la termodinámica El
                     principal motor de su curiosidad era la búsqueda de leyes absolu-
                     tas, de principios que permanecieran «para siempre y para todas
                     las culturas», de ahí que la radiación universal del horno llamara su
                     atención. Con frecuencia se le ha tildado de «revolucionario poco
                     entusiasta», un apelativo que no hace del todo justicia a su tenaci-
                     dad. Seguramente se trata del científico que partió de presupuestos
                     más conservadores entre quienes participaron en la creación de la
                     teoría cuántica.  Durante años negó la existencia de los átomos,
                     defendiendo la continuidad de la materia, una postura que se puede
                     entender dada su especialización en la termodinámica clásica, que
                     no necesita hurgar en las entrañas de los sistemas que investiga.
                     Con tales antecedentes resulta irónico que recayera en él la respon-
                     sabilidad de  asestar el golpe de gracia a la continuidad clásica.
                     Tampoco aceptaba la interpretación estadística de la segunda ley,
                     convencido de que el incremento de la entropía era un absoluto. No
                     temía la posibilidad de que todas las moléculas de su habitación se
                     concentraran en un rincón y lo asfixiaran, pero le repugnaba el
                     trasfondo anárquico de la idea. La mezcla de su determinación por
                     comprender y de sus prejuicios lo colocó en una situación compro-
                     metida. En algunos puntos de sus artículos muestra la circunspec-
                     ción de un profesional del póquer que se está jugando una fortuna
                     y resulta difícil adivinar la motivación de muchas de sus jugadas.
                         Antes de justificarla teóricamente, Planck había hallado en oc-
                     tubre de 1900 la curva matemática del espectro de radiación que





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