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ningún momento a los electrones o a la materia, habla solo de
«osciladores».
Con el horno vacío y apagado no tendríamos luz. En el mo-
mento en el que se comunica temperatura al sistema, comienza el
ajetreo de los electrones y la producción de radiación electromag-
nética. Las ondas generadas se propagan, cruzan la cavidad y ter-
minan arribando a otras paredes e incidiendo sobre nuevos
electrones. Estos, con su actividad, se comportan como antenas
que reciben y emiten. El intercambio entre la luz y la materia se ha
puesto en marcha. Pasado un tiempo, se alcanza una situación es-
table, con el horno lleno de radiación, repartida entre las diversas
frecuencias, en función de la curva espectral conocida.
Planck aprovechó la circunstancia de que llegado el equilibrio
se cumpliría la segunda ley de la termodinárrúca. El horno podía
atravesar toda clase de vicisitudes, pero el paso del tiempo acaba-
ría premiando el desorden. Tenía que delimitar todas las configu-
raciones microscópicas asociadas a cada estado macroscópico de
su sistema, asignar una probabilidad a cada uno y decantarse por
el más probable (el de máxima entropía). En este punto su deter-
minación de avanzar ya había ganado la partida a sus prejuicios,
porque se vio obligado a acatar la interpretación estadística de
Boltzmann y considerar que la probabilidad de cada estado era
proporcional al número de configuraciones microscópicas compa-
tible con él. Para resolver la tarea de adjudicar probabilidades, re-
currió también a un truco del físico vienés.
A la hora de hacer cuentas con la entropía se pueden manejar
dos clases de variables: discretas o continuas. Si tratamos de repar-
tir un grupo de veinte espectadores en el patio de butacas de un
cine, las posiciones que pueden ocupar son finitas, están numera-
das. Un espectador no puede pasar de una butaca a otra sin transi-
ción. Visto sobre un plano del local, cada cambio de sitio se traduce
en un salto abrupto. En este caso, la posición es una variable dis-
creta. Sin embargo, si hemos de repartir un grupo de veinte molé-
culas en el espacio de una caja, ahora las posibilidades se vuelven
infinitas. Para cambiar de localización, la molécula no precisa nin-
gún salto brusco: con desplazarse una distancia tan pequeña como
quiera ya se verá en una posición nueva.
36 LUZ Y MATERIA