Page 41 - 07 Schrödinger
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una densidad alta de cuantos luminosos adoptaba el contorno fa-
miliar de una onda clásica, maxwelliana.
La magnitud de la constante de Planck resulta tan diminuta
que a nuestra escala no se revela la naturaleza discreta de la
energía, igual que las pinceladas impresionistas no se aprecian
a diez metros del cuadro. Las oleadas de color, que parecen ex-
tenderse en transiciones suaves, se descomponen en manchas
a medida que nos aproximamos. Lo mismo sucede con el im-
presionismo cuántico de la luz. No obstante, en su diálogo con
la materia no se puede soslayar su condición fragmentaria. Una
realidad profunda que la sonda de la estadística acababa de
poner en evidencia.
En su primer artículo cuántico, Einstein sacó el fracciona-
miento de la energía del horno de Planck y, para demostrar que
trascendía el capricho de los osciladores, lo aplicó para esclarecer
tres fenómenos conocidos. El que le granjearía una mayor noto-
riedad sería el llamado «efecto fotoeléctrico». Años después, pro-
porcionaría la excusa a la Real Academia de Ciencias de Suecia
para concederle el premio Nobel, en vista de que se resistían a
tomar en consideración las dos teorías de la relatividad, especula-
ciones teóricas demasiado aventuradas que el tiempo podía echar
por tierra.
Con el curso de los años, Einstein extremó más todavía la
cuantización. Puesto que, de acuerdo con su famosa ecuación re-
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lativista (E= mc ), la energía implica la presencia de masa, tam-
bién cabía leer los cuantos en clave de partículas. Fueron
bautizadas con el nombre de fotones, proyectiles luminosos que
podían chocar contra los electrones, por ejemplo, y desviarlos de
su trayectoria. Arthur Compton confirmó su hipótesis en un labo-
ratorio de Missouri, en 1923, tras ametrallar átomos con rayos X
(luz de longitud de onda muy corta).
Planck, asustado ante las consecuencias de su éxito, rogaba
moderación a los físicos: «La introducción del cuanto debe ha-
cerse con el ánimo más conservador posible, es decir, solo debe-
rían introducirse alteraciones que demuestren por sí mismas ser
absolutamente necesarias». Desde luego, no era el espíritu de los
tiempos.
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