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Al hablar de ecuaciones, la primera imagen que nos viene a la
       mente es una expresión algebraica, con una o varias incógnitas,
        del tipo:

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                                 x +x=7
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                               x -y +3 =0.
           En general, una ecuación somete a una o más variables, nú-
       meros cuya identidad se desconoce, a una serie de imposiciones
       expresadas a través de operaciones matemáticas ( suma,  resta,
       multiplicación, división, potencias y raíces), que solo cumplen las
       soluciones.
           Antes de que el francés Fran<;ois Viete introdl.tjera en el siglo xvr
       la notación simbólica moderna, con letras, los matemáticos egip-
       cios o árabes expresaban con una prosa directa las condiciones.
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       Por ejemplo,  una ecuación de la forma:  x + x = 3,  se formulaba
       como una pregunta: «¿Qué cosa multiplicada por sí misma más la
       propia cosa da tres como resultado?».  Enunciado así,  con pala-
       bras, resulta natural el impulso de generalizar «la cosa», con solo
       extender el juego de operaciones y el conjunto de entidades ma-
       temáticas a las que se aplican.
           Siguiendo la ola de abstracción que se levantó a lo largo del
       siglo XIX,  los requisitos de las ecuaciones se asignaron no solo a
       números, sino también a objetos matemáticos cada vez más com-
       plejos, como funciones o matrices ( estas últimas desempeñaron
       un papel importante, como veremos, en la historia de la mecánica
       cuántica). Por el momento, solo necesitamos incorporar a nuestro
       juego las funciones y una nueva operación: la derivación.
           Las funciones más sencillas dependen de una sola variable:
       y(x), y se representan mediante curvas (figura 3, página siguiente).
           Para cada valor de x la ecuación produce una y,  generando
       infinitos pares de puntos (x,  y) que van dibujando la curva.
           Las funciones de dos variables se representan mediante su-
       perficies que se despliegan en un espacio de tres dimensiones; las
       de tres variables en adelante desafían la capacidad del cerebro
       humano para visualizarlas. Las funciones,  como los números, se
       pueden someter a un pliego de condiciones matemáticas. Aquellas
       que las satisfacen se convierten en soluciones.





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