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la solución a una adivinanza que le venía fastidiando desde hace
                     mucho tiempo». Einstein los celebró con una de sus frases lapida-
                     rias: «la idea de tu trabajo surge de un golpe de auténtico genio».
                     La excepción a la regla la encarnó un joven alemán dominado por
                     un ideario revolucionario que sacaba a muchos físicos, Schrodin-
                     ger sin ir más lejos, de sus casillas. Los separaban catorce años y
                     un mundo en su forma de concebir el átomo. Su nombre era Wer-
                     ner Heisenberg y en los círculos de Gotinga y Copenhague se ex-
                     tendía su fama  de  enfant  terrible.  Cuatro  meses  antes  de  la
                     entrada en escena de la ecuación de ondas, Heisenberg había ini-
                     ciado la demolición de cualquier aproximación al dominio cuán-
                     tico que  se fundara en conceptos derivados de la experiencia
                     cotidiana. En su opinión, en el átomo no se podían proyectar imá-
                     genes reconfortantes de electrones como balas o como ondas en
                     el agua de un estanque. El choque entre Heisenberg, defensor de
                     la discontinuidad y lo corpuscular, y Schrodinger, adalid de la
                     continuidad y lo ondulatorio, resultó tan estimulante como inevi-
                     table.· La pereza mental estaba del lado del austriaco. Los físicos
                     se hallaban mucho más familiarizados con el lenguaje de las ecua-
                     ciones diferenciales que con el álgebra de matrices que manejaba
                     Heisenberg,  cuya radical abstracción les producía sarpullidos.
                     Con todo, Schrodinger todavía debía solventar un problema cru-
                     cial antes de cantar victoria: ¿a quién representaba 'ljJ?  Entre los
                     estudiantes de física de Zúrich había cundido la costumbre de
                     componer poemas para satirizar a sus profesores. Circulaba uno
                     que lanzaba la siguiente advertencia:

                         Erwin, con su psi, podrá
                         completar cálculos a porrillo.
                         Pero todavía no nos ha dicho:
                         ¿qué significa psi en realidad?

                         El signo para representar la función no se podía haber esco-
                     gido con mayor acierto. Pertenecía al alfabeto griego, la letra psi,
                     y era la inicial del radical griego psykho («alma»). La dilucidación
                     de su espíritu produjo un giro inesperado en la pugna entre las
                     visiones contradictorias de Schrodinger y Heisenberg.





          96         LA ECUACIÓN DE  ONDAS
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