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La fiebre creativa de Schrodinger se dilató de enero a junio de 1926,
       a lo largo de seis meses en los que completó media docena de artí-
       culos que abrían un horizonte insospechado a la mecánica cuán-
       tica.  Uno  de  los testigos  de  esta actividad frenética recordaría
       cómo, para no perder la concentración, se aislaba del ruido intro-
       duciéndose un par de perlas en los oídos. En lo fundamental, fue un
       maratón en solitario, con la ayuda puntual (pero crucial) de Her-
       mann Weyl.  Como señaló Sommerfeld, fue una coincidencia feliz
       que Schrodinger hiciera amistad en Zúrich con un matemático ex-
       cepcional. Mientras duró el trabajo, ambos convinieron en reunirse
       cada semana los martes por la noche, para discutir los avances.
           La mecánica ondulatoria despertó un rumor de expectación en
       el seno de la comunidad científica.  Como sucede con las buenas
       novelas, el texto publicado no bastó para aplacar la curiosidad de
       los lectores. Unos lo leyeron con devoción; otros llenaron los már-
       genes de cada página con interrogantes, reparos o discrepancias.
       Cuando Schrodinger dejó por fin que la pluma descansara sobre su
       escritorio, se embarcó en una larga gira de conferencias. Los físicos
       querían debatir a fondo con él las ideas que acababa de proponerles.
           En su peregrinaje regresó a los lugares de su meteórico as-
       censo académico, como Stuttgart y Jena, y visitó otros nuevos,
       que apuntaban a su futuro inmediato, en particular a Berlín, el
       Olimpo de la física alemana. Allí encontró a Planck, como un viejo





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