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Esto explicaría que la mayoría de las partículas a (recordemos,
cargadas positivamente) no sufrieran apenas dispersión, pero que
algunas experimentaran una fuerza tan grande que las obligara
a salir rebotadas: serían aquellas que, por azar, chocaran con el
núcleo de uno de los átomos.
Sin embargo, la propuesta de Rutherford pasó bastante desa-
percibida. No fue una gran revolución, un gran descubrimiento,
del cual se hablara en los periódicos y en los cafés. Ni siquiera
llamó la atención de muchos científicos, que lo interpretaron
como una idea peregrina para explicar un comportamiento muy
particular de la radiactividad a. Además, Rutherford no tenía
mucho interés por la física teórica: era claran1ente un físico expe-
rimental y no podía desarrollar las implicaciones teóricas de un
modelo como el suyo.
Por otra parte, Rutherford no tuvo esta idea únicamente a raíz
de sus experimentos con Geiger y Marsden, sino que su propuesta
debe situarse en el contexto de su interés por entender qué eran
las partículas a. Ya se ha dicho que eran partículas con masa pa-
recida a la del átomo de helio, y cuya carga era doble que la del
electrón, pero positiva. Era tan escaso el conocimiento que se
tenía de la radiactividad que ni siquiera se sabía si las partículas a
preexistían como tales en los átomos o si se formaban al salir de
aquellos. Rutherford era un gran defensor de la primera opción,
ya que desde hacía tiempo pensaba que las partículas a fom1aban
parte de la estructura del átomo. De alú a imaginar un átomo con
estructura nuclear, solo había uno o dos pasos.
BOHR EN MÁNCHESTER
Si Cambridge tenía por entonces una histmia de siete siglos, la
Universidad de Mánchester apenas contaba con unas décadas de
vida. La ciudad había sido el epicentro de la Revolución Industrial
y, a principios del siglo xx, seguía siendo el centro de la manu-
factura británica, donde una burguesía cada vez más influyente y
educada favorecía las ciencias y las artes con la creación de insti-
LOS ELECTRONES JUEGAN CON BOHR 59