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cidad, cayendo en el centro del átomo, que dejaría de tener sus
       propiedades habituales. Cuando se creía que el átomo tenía miles
       de electrones, la pérdida de energía por radiación no era un pro-
       blema: había suficientes electrones como para que la energía de
       unos la absorbieran otros y pudiera imaginarse el átomo como
       estable. Pero al reducirse drásticamente el número de electrones
       en un átomo,  esta compensación era del todo imposible y,  por
       lo tanto, no había manera de imaginar un modo de conseguir un
       átomo estable. Este problema era el mismo al que, en otro orden
       de cosas, se enfrentaron muchos físicos de la época y que solo
       logró solucionar Einstein en uno de sus artículos de 1905 ( «Sobre
       la electrodinámica de cuerpos en movimiento»), el cual se conver-
       tiría en la carta fundacional de la relatividad especial.
           Uno de los grandes temas de conversación de los físicos en
       1911 fueron los experimentos que Rutherford acababa de llevar
       a cabo y,  lo más importante, la interpretación que el investigador
       neozelandés les dio. En Mánchester, Rutherford había creado una
       escuela de «radiactivistas», un departamento de investigación cen-
       trado fundamentalmente en el estudio experimental de la radiacti-
       vidad. Se traba de un fenómeno descubierto por Henri Becquerel
       (1852-1908) y por el matrimonio Curie -Pierre (1859-1906) y Marie
       (1867-1934)-del que se sabía muy poco, tanto en el án1bito de sus
       efectos y propiedades como en el de su naturaleza más íntima.
           Ya  en 1899  Rutherford se dio  cuenta de que  no se trataba
       de uno, sino de tres tipos de radiación, que se distinguían por su
       carga eléctrica y por su poder de penetración en la materia. Las
       denominó con las tres primeras letras del abecedario griego en
       orden de energías crecientes: la radiación alfa ( a), con carga eléc-
       trica positiva; la radiación beta (/3), con electrificación negativa, y
       la radiación gamma (y), sin electricidad. Además, las dos primeras
       radiaciones estaban compuestas claramente por corpúsculos, por
       partículas con masa. Las partículas a tenían una masa parecida a
       la del átomo de helio, y las partículas ¡3 ... ¡eran electrones!
           Los trabajos de Rutherford y su equipo en Mánchester poco
       tenían que  ver con los intereses de Thomson y  el Cavendish.
       Desde el principio,  Rutherford se sintió fascinado por las pro-
       piedades de la radiactividad, y centró su carrera inicial en este





                                          LOS ELECTRONES JUEGAN CON BOHR    55
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