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tuciones como la universidad local que, en 1903, pasó a llamarse
                    Universidad Victoria de Mánchester, en honor a la reina Victoria.
                        Niels Bohr llegó a Mánchester en marzo de 1912 con ilusio-
                    nes renovadas tras su fallida experiencia con Thomson. Siendo
                    el centro mundial de la radiactividad experimental, Bohr aceptó
                    aprender las prácticas más rudimentarias del trabajo de laborato-
                    rio, tras lo cual Rutherford le asignó el estudio de la absorción de
                    rayos a en aluminio. Pero a Bohr el laboratorio le aburría: su gran
                    pasión era la física teórica, las grandes concepciones del mundo,
                    el detalle matemático y filosófico de las novedades científicas, y
                    no el arduo y rutinario trabajo manual en el laboratorio. En esto,





               LAS SERIES RADIACTIVAS
               Lo único que se  conocía  hacia 1910 sobre la  estructura de los átomos era
               que estos contenían electrones, algunos de los cuales podían desprenderse
               dejando al  átomo cargado positivamente; o,  por el contrario, el  átomo podía
               absorber algún electrón exterior, con lo cual quedaba cargado negativamente.
               De hecho, hacía casi un siglo que se conocía la existencia de átomos cargados
               positiva o negativamente, a los que se  llamaba «iones». El  nuevo fenómeno
               de la  radiactividad hablaba de un tipo distinto de emisión, mucho más ener-
               gética que la simple pérdida o ganancia de electrones, e implicaba una trans-
               formación de las propiedades químicas (y no solo eléctricas) de los átomos.
               En  la  segunda mitad del siglo x1x,  el  químico ruso Dmitri Mendeléyev había
               ideado una tabla para organizar los elementos químicos entonces conocidos.
               Disponiéndolos horizontalmente por orden creciente de la masa estimada de
               sus átomos, y verticalmente según sus propiedades químicas, esta tabla de
               periodicidades se  convirtió en  unos de los  instrumentos más sencillos y más
               útiles para el desarrollo de la química; incluso sirvió para predecir la existencia
               de elementos químicos hasta entonces desconocidos. Uno de los datos que
               la  tabla proporcionaba, y del que se  desconocían todas sus  implicaciones,
               era el  de la  posición de un elemento según su  «número atómico». Así,  por
               ejemplo, el  hidrógeno es  el  primero de los elementos; el  carbono, el  sexto;
               el  cloro, el  decimoséptimo, y el  oro ocupa el  lugar 79.  Este número atómico
               (normalmente denominado Z) era  determinante a la  hora de entender las
               transformaciones por radiactividad: la  emisión de una partícula a suponía la
               pérdida de dos ordinales en  la  tabla periódica (disminución de Z en dos uni-
               dades), mientras que la emisión de partículas ~ aumentaba en uno el número
               atómico Z. El sentido de todo esto estaba todavía por ver. Como ejemplo, en







         60         LOS ELECTRONES JUEGAN CON BOHR
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