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su disposición dentro de la esfera de electricidad positiva, Thorn-
son imaginaba que los electrones podían formar estructuras es-
tables en forma de esferas más o menos concéntricas. De este
modo, serían solo los electrones más externos los que determina-
rían las propiedades físicas y químicas de los elementos, corno,
por ejemplo, la existencia de iones -átomos con carga positiva o
negativa- o el enlace químico.
«La investigación en ciencia aplicada conduce a reformas,
la investigación en ciencia pura conduce a revoluciones.»
- JosEPH JOHN THOMSON.
Sin embargo, el sueño de Thornson duró muy poco. Hacia
finales de 1905 varios resultados experimentales supusieron una
evidencia indirecta de que el número de electrones en cada átomo
no podía ser mayor que algunas decenas. De ser ello cierto, sig-
nificaba que la mayor parte de la masa de los átomos no podía
residir en sus electrones, sino en la parte con electricidad positiva.
¿En qué consistiría, pues, esa parte del átomo cargada positiva-
mente? Aquí, Thornson dejó de especular y se puso a investigar los
iones positivos, es decir, los átomos que habían perdido algún( os)
electrón(es), en busca de una clave que le permitiera entender la
parte positiva del átomo.
Pero con la disminución del número de electrones apareció
el problema fundamental, un problema que resultó ser insalvable
con los métodos de la f'ISica del siglo XIX: la inestabilidad del átomo
debido a la radiación de los electrones. Y es que, corno se vio en
el capítulo anterior, el movimiento de las partículas cargadas eléc-
tricamente (y los electrones lo están) produce todo tipo de efectos
inesperados. El que aquí nos ocupa es el de la pérdida de energía
por radiación debido a su velocidad, algo así corno la pérdida de
velocidad debido a la resistencia del medio.
Para poder imaginar configuraciones estables de electrones
en un mar de electricidad positiva era imprescindible que los elec-
trones se movieran a grandes velocidades; al hacerlo, emitirían
radiación electromagnética, con lo que perderían energía y velo-
54 LOS ELECTRONES JUEGAN CON BOHR