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Los investigadores norteamericanos, físicos incluidos, solían co-
menzar sus viajes al extranjero visitando diferentes ciudades eu-
ropeas. Feynman, que había renegado del estilo de vida cultural
de los ingenieros del MIT y el más artístico de Cornell, no iba a
seguir los pasos tradicionales de sus colegas. De hecho, la primera
vez que pisó Europa fue a los treinta y un años, cuando un con-
greso le llevó a París.
Sus ojos estaban puestos en Sudamérica y en el verano de
1949 aceptó pasar varias semanas en el recién inaugurado Centro
Brasileiro de Pesquisas Físicas en Río de Janeiro. Era su primer
viaje al extranjero y los meses anteriores aprendió el portugués
necesario para enseñar física y poder ligar con las mujeres de Co-
pacabana. Allí, en las calles de Río, descubrió una forma de vida,
un ambiente para el arte y la música desconocido en los rigores
del academicismo que le fascinó; a partir de entonces prefirió via-
jar a Sudamérica y Asia antes que a cualquier otro lugar.
El embrujo de las calles y playas de Río hizo que el invierno
siguiente pidiera al centro que le contratara permanentemente, al
mismo tiempo que negociaba su contrato con Robert Bacher, un
antiguo colega de Los Álamos, para entrar a formar parte del Cen-
tro Tecnológico de California, el Caltech. Según confesó, estaba
cansado de Cornell, «de todas esas idas y venidas de una ciudad
pequeña y del mal tiempo». También confesó a Bacher una de sus
NUEVO COMIENZO, NUEVOS RETOS: LA SUPERFLUIDEZ 113