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camino a la estación de destino, le cortó con sequedad. Una ecua-
                     ción llevaba a la otra y Julian lo hacía sin seguir un solo apunte, en
                     una maratón matemática que duró hasta primera hora de la tarde.
                     Bethe se dio cuenta que las únicas objeciones aparecían cuando
                     Schwinger explicaba la física subyacente; en la parte matemática
                     todos permanecían mudos. Fermi, con una pizca de orgullo, se dio
                     cuenta de que sus colegas habían dejado de prestarle atención: úni-
                     camente él y Bethe eran capaces de seguir sus razonamientos ma-
                     temáticos.  Fue  al  terminar  cuando  dicen  que  su  protector,
                     Oppenheimer, se levantó y dijo: «Cuando cualquiera da una confe-
                     rencia es para decirnos cómo se debe hacer algo; cuando la ofrece
                     Julian es para decirnos que eso solamente lo puede hacer él».
                         Ahora le tocaba el turno a Feynman. Bethe le advirtió que tras
                     la exposición de Schwinger lo mejor que podía hacer era pegarse
                     como una lapa a la matemática del asunto y olvidarse de la física,
                     «porque cada vez que Schwinger ha intentado hablar de física se
                     ha metido en problemas». Feynman le hizo caso, a pesar de que
                     no había justificado matemáticamente el método que había em-
                     pleado. Las ecuaciones las había obtenido «a la Feynman», por
                     ensayo y error, junto con un buen chorro de intuición física. Sabía
                     que eran correctas porque las había comprobado en infinidad de
                     ejemplos y situaciones, incluyendo todas las de Schwinger. Pero
                     ni podía demostrar rigurosamente que funcionaban ni podía co-
                     nectarlas a la antigua teoría cuántica.
                         La diferencia de personalidad de Schwinger y Feynman se
                     reflejaba en su forma de hacer física. Donde Schwinger era lógico
                     y convencional, siguiendo un camino largo y pesado, Feynman era
                     intuitivo y se desplazaba por las matemáticas con su mochila llena
                     de conjeturas, normalmente muy inspiradas, y no se achantaba si
                     tenía que considerar caminos estrafalarios.
                         Schwinger escuchaba por primera vez la teoría de Feynman y
                     le pareció repulsiva, aunque no lo dijo. Le sonaba a pura ingeniería,
                     un collage de ecuaciones sin ton ni son producto de la intuición, no
                     de una matemática bien fundamentada Las objeciones de los asis-
                     tentes surgían una tras otra y poco a poco Feynman descubrió que
                     todo el mundo debía tener un principio o teorema favorito y sus
                     ideas violaban todos y cada uno de ellos: «¿De dónde viene esa fór-






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