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LOS SÚPER-MUCHOS-TIEMPOS DE TOMONAGA
                Antes de la  guerra, el  físico japo-
                nés  Shin'ichiro Tomonaga (1906-
                1979) había estudiado en 1937 con
                Heisenberg  y  había  seguido  los
                desarrollos de la QED  de Dirac y
                Pauli. Cuando regresó a Tokio dos
                años más tarde había desarrollado
                una  teoría que él llamaba de «los
                súper-muchos-tiempos».  En  ella
                asignaba a cada punto  del campo
                su  propio reloj,  algo que resultaba
                muy manejable a pesar de lo absur-
                do que pudiera parecer tener que
                lidiar con  un  número  infini to  de
                coordenadas temporales.  Esto le   Shin'ichiro Tomonaga.
                permitió introducir sin  demasiadas
                complicaciones la relatividad en las
                ecuaciones, pues uno de los inconvenientes de la teoría cuántica no-relativista
                era que todos los puntos del campo electromagnético estaban asociados a un
                único reloj,  lo que implicaba un tiempo absoluto, en total contradicción con
                el  espíritu y  la  letra relativistas. Tomonaga realizó su  investigación en total
                soledad y sus diarios reflejaban esa  tristeza: «Recientemente me he sentido
                triste sin saber por qué, por lo que me fui al cine».  En 1947, Tomonaga habia
                resuelto el problema de los infinitos mediante un proceso que llamó «reajuste»,
                siguiendo sin saberlo la propuesta de Kramers. Pero tuvo la suerte de enviarlo
                a quien era capaz de apreciarlo, Oppenheimer.





                     mon.  Estos,  que  intentaban  comprender  lo  que  había  dicho
                     Schwinger, encontraron en el artículo de Tomonaga una refres-
                     cante y simple belleza: ahora entendían el trabajo del genio de
                     Harvard y también que lo había complicado en exceso.
                         Oppenheirner en seguida se dio cuenta de que el camino de
                     Schwinger ya lo había recorrido Tornonaga, aunque no en su tota-
                     lidad: le faltaba todo el entramado matemático que había urdido el
                     norteamericano. Rápidamente escribió a los asistentes a Pocono:
                     «Justo porque hemos escuchado el precioso informe de Schwinger
                     podremos ser capaces de apreciar este desarrollo independiente».






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