Page 115 - 19 Marie Curie
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cado particularmente grave,  en el que al parecer no solo había
       sido agredido por su esposa, sino también por su suegra, Paul al-
       quiló un apartamento cerca del laboratorio, donde Marie comenzó
       a visitarlo y a hacer planes de una vida en común.
           La esposa de Paul, que no contaba con las armas intelectua-
       les de Marie, no se quedó con los brazos cruzados: hizo seguir a
       su marido, forzar la entrada de su apartamento y robar unas car-
       tas que Marie le había enviado. Este fue el comienzo de una serie
       de chantajes a Paul y amenazas de muerte a Marie. A petición de
       Langevin, su amigo el futuro premio Nobel de FísicaJean Perrin
       hizo varias visitas a su mujer para intentar calmarla y propiciar
       una solución amistosa. Más que por él mismo, Langevin estaba
       preocupado por las amenazas a Marie, ya que creía que su es-
       posa era capaz de materializarlas. En ese clima de violencia y
       amenazas, Paul y Marie pasaron el verano de  1911 separados:
       Paul en Inglaterra, con sus hijos mayores, y Marie y sus hijas en
       Polonia, donde ella había ido para recuperarse, pues se encon-
       traba enferma.
           Nadie  del  círculo  íntimo  de  Mari e  y  Paul podía imaginar
       que las trifulcas familiares de Paul culminarían de la forma más
       cruenta posible para Marie, con la publicación en la prensa de
       extractos más o menos tergiversados de sus cartas. Así, por ejem-
       plo, en el periódico del 4 de noviembre de 1911 se podía leer que
       «el fuego  del radio que arde tan misteriosamente ha encendido
       una llama en el corazón de un científico, y su esposa e hijos están
       ahora llorando ... ». Según la prensa, lloraban porque el «Chopin
       de la Polonesa», como denominaban a Langevin, había huido con
       su amante al extranjero. Efectivamente, ambos estaban en el ex-
       tranjero y en la misma ciudad, pero ni habían ido, ni estaban jun-
       tos. Ambos asistían al congreso Solvay celebrado en Bruselas, que
       reunió a la más brillante constelación de científicos de todas las
       épocas, entre los que se contaban Einstein, Planck, Wien,  Poin-
       caré, Rutherford y De Broglie, entre otros.
           Cuando Marie volvió a París le esperaba lo peor. Espoleada
       de la forma más rastrera por la prensa sensacionalista, una mu-
       chedumbre enfurecida rodeaba su casa. Tiraban piedras a las
       ventanas, llegando a romper algunos cristales, mientras a ella





                                                      LA VIDA  SIN  PIERRE   115
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