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vientos de guerra y el 1 de agosto Francia anunció la movilización.
                    Todos los hombres del laboratorio se fueron a defender a su país.
                    El 2 de septiembre cayeron tres bombas en París y Marie decidió
                    que ella no podía quedarse al margen.
                        Como  el  ejército  alemán se aproximaba a  París,  Marie  se
                    ocupó de poner a salvo el preciado radio: lo colocó en una pesada
                    caja de plomo y lo llevó en tren a Burdeos. Tras depositar su te-
                    soro en la caja fuerte de un banco, Marie volvió a París, siendo la
                    única mujer en un tren atestado de soldados. Ningún civil hacía
                    ya el viaje en ese sentido, pero ella sentía que su sitio estaba en
                    la capital.

        «Estoy decidida a poner todas mis fuerzas al servicio de mi país
        de adopción, ya que ahora no puedo hacer nada por mi
        desafortunado país natal.»

        -  CARTA  DE  MARIE  A  PAUL LANGEVIN,  ENERO  DE  1915.




                    LAS «PETITES CURIES»

                    Pronto encontró Marie la mejor forma de servir a Francia. Por sus
                    clases en la Sor bona estaba familiarizada con la producción de los
                    rayos X y también con su uso en medicina, formación que com-
                    pletó su amigo el doctor Antoine Béclere con un curso práctico
                    de manejo de aparatos radiológicos en los servicios hospitalarios.
                    Por este médico supo de la carencia de sistemas radiológicos en el
                    frente, lugar donde eran particularmente útiles para curar huesos
                    fracturados y localizar balas y piezas de metralla en los cuerpos
                    de los soldados heridos.  Marie  decidió intervenir.  El hecho de
                   no contar con instrumentación, personal especializado, fondos
                   y,  sobre todo, interés por parte de los médicos militares, no la
                    arredró.
                       De entrada decidió que era necesario instalar equipos fijos
                   en los hospitales de campaña y formar personal para que los ma-
                   nejara.  Pero pronto vio  que la ayuda en la retaguardia llegaba






        130        LA VIDA SIN PIERRE
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