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cido con firmeza de que solo el debate haría progresar las mate-
                    máticas, el monje de la orden de los Mínimos de Paris inauguró
                    una nueva tradición, intentando convencer a sus corresponsales
                    de que revelaran sus secretos. Pero, a pesar de su poder de per-
                    suasión, nunca convenció a Fermat de que publicara una obra
                    formal. Para Mersenne y los miembros de su círculo, Fermat tenía
                    que ser alguien desesperante:  un brillantísimo matemático que
                    contaba sus resultados a cuentagotas, sin aportar, en la mayoria
                    de los casos, una demostración de sus teoremas.
                        En más de una ocasión Fermat utilizó ese secretismo tan caro
                    a los cosistas para retar a sus adversarios a que resolvieran un
                    problema que él mismo había ya resuelto. Este tipo de juegos y
                    adivinanzas parecía causarle gran placer,  sobre todo  cuando,
                    como ocurrió varias veces,  la rivalidad se había convertido en
                    franca enemistad. De esta forma, Fermat se limitó a explicar reta-
                    zos de sus ideas en cartas que primordialmente iban dirigidas a
                    Mersenne, y, en ocasiones, a circular memorias y pequeños trata-
                    dos manuscritos. Solamente se publicó en vida una obra debida a.
                    él, como un apéndice de otro libro y bajo seudónimo. Esta renuen-
                    cia frustró a muchos de sus amigos, llevando a Medon a rogar a
                    Heil:lsius que usara sus buenos oficios para convencer nada menos
                    que a la reina Cristina de Suecia a que instara a Fermata publicar,
                    una labor en la que Mersenne, Gilles de Roberval, Blaise Pascal y
                    Christiaan Huygens habían fracasado.
                        Tal renuencia podria también deberse a la enorme cantidad
                    de trabajo que la formalización rigurosa de sus resultados hubiera
                    requerido. Fermat era un hombre de enorme intuición matemá-
                    tica, y con frecuencia unos pocos garabatos escritos para sí mismo
                    le convencían de que tenía razón. Convertir esos garabatos en una
                    prueba formal,  según  el  estándar de  la geometria griega,  era
                    mucho más trabajo  del  que  Fermat queria dedicar a  su pasa-
                    tiempo. Él trabajaba para sí mismo; sus pruebas, parciales o com-
                    pletas, eran para consumo personal. Como un jugador de ajedrez
                    que adivina el jaque mate en cinco jugadas, Fermat solo avanzaba
                    hasta el punto en la demostración que le parecía necesario. Sus
                    notas eran solo recordatorios para sí mismo, claves para que en
                    su mente se presentara de nuevo la idea que había iluminado justo






         38         EL TEOREMA QUE TARDÓ 350 AÑOS EN SERLO
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