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ella es ese margen que Clément-Samuel, fiel a la memoria de su
padre, transcribió y publicó póstumamente.
Fermat discutió casos particulares del teorema; pero el enun-
ciado general, tal como aparecía en su casual anotación, se hu-
biera perdido con casi total seguridad en la noche de los tiempos
matemáticos como se perdieron tantas obras de Euclides, Apolo-
nio, Diofanto y otros pensadores.
El destino de una obra es caprichoso; a veces pende de un
hilo, de la voluntad de alguien que crea que esa obra es importante
y que merece ser conocida. Y ese hilo, en el caso de Fermat, fue el
amor de Clément-Samuel por su padre y su memoria.
Así es como llegamos, finalmente, a ese margen en el que Fer-
mat escribió su endiablado teorema. «He encontrado -decía-
una maravillosa demostración de esta afirmación, que por
desgracia no cabe en este margen tan pequeño.»
Es curioso que los siglos hayan hablado siempre del último
teorema de Fermat. En matemáticas, cualquier resultado no de-
mostrado se conoce como conjetura o hipótesis. Así, tenemos la
hipótesis de Riemann, la conjetura de Goldbach, y hasta hace muy
poco, la conjetura de Poincaré, que al haber sido demostrada, se
ha convertido en el teorema de Poincaré-Perelman. Y es que solo
los resultados demostrados merecen el nombre de teorema.
Pero, por alguna razón, el último teorema de Fermat se cono-
ció siempre como teorema; tal vez porque los otros comentarios
fueron siendo demostrados poco a poco, hasta solo quedar el úl-
timo. Es, por tanto, el teorema que tardó 350 años en serlo.
40 EL TEOREMA QUE TARDÓ 350 AÑOS EN SERLO