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Tanto los partidarios de Descartes como los de Newton com-
       partían una concepción mecanicista de la naturaleza, así como la
        confianza en poder traducirla al lenguaje de las matemáticas de
        la época. Los cartesianos se apoyaban en una sugerente imagen:
        como todo el espacio está lleno, bien de materia sólida, bien de flui-
        dos no siempre perceptibles, cualquier desplazamiento ha de ser
        en forma de remolino, torbellino o «vórtice», no en línea recta.
       Así, aplicado esto al contexto celeste, imaginaban que los plane-
       tas orbitaban alrededor del Sol arrastrados por el torbellino de
       materia circundante. Por contra, los newtonianos cedían todo el
       protagonismo al Sol. Era este astro el que hacía girar los planetas
       en tomo suyo, gracias a la fuerza de gravitación, la cual quedaría
       plasmada en la ley de gravitación universal.


                «La fuerza con que se atraen dos cuerpos es proporcional
                al producto de sus masas e inversamente proporcional al
                                  cuadrado de la distancia que los separa.»

                                             -  LEY  DE  GRAVITACIÓN  UNIVERSAL  DE  NEWTON.

           Los vórtices cartesianos estaban en desacuerdo con muchos
       fenómenos bien conocidos, pero al menos explicaban la propaga-
       ción del movimiento recurriendo únicamente al contacto, exclu-
       sivamente mediante choques. Por el contrario, la misteriosa fuerza
       de gravedad de la que hablaba Newton, y que ponía en movimiento
       los planetas, actuaba a distancia desde el Sol, sin mediar contacto
       ni solución de continuidad. Una acción a distancia que tenía un
       cierto tufillo a magia.
           Leibniz, por ejemplo, fue uno de los más conspicuos defenso-
       res de los vórtices de Descartes frente a la gravedad de Newton. El
       filósofo y matemático alemán señalaba la armonía de los vórtices,
       puesto que explicaban por qué todos los planetas y todos los saté-
       lites del sistema solar giran en un mismo sentido y en unas trayec-
       torias muy cercanas al plano. Todos estarían sumergidos dentro de
       un mismo torbellino en el que serían arrastrados en una misma di-
       rección, como los barcos abandonados a la corriente del río, y, por
       tanto, seguirían un sentido común de giro, de Occidente a Oriente.






                                        LA ESTABILIDAD DEL SISTEMA DEL MUNDO   37
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