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En 1938 recibió la Bruce Gold Medal de la Astronomical So-
        ciety of the Pacific, premio que con anterioridad había sido con-
        cedido  a  científicos tales como el británico Arthur Eddington
        (1882-1944),  el francés  Henri Poincaré (1854-1912),  y los esta-
        dounidenses  George  Ellery Hale  (1868-1938)  y  Walter Adams
        (1876-1956),  y que constituía la máxima distinción en el campo
        de la astrononúa.
            Por entonces, él y Humason habían alcanzado «velocidades
        aparentes» de un décimo de la velocidad de la luz. La fama del
        inglés de Missouri iba en aumento, casualmente según lo hacía
        paralelamente la de su amigo Huxley.





        EL TELESCOPIO DE 200 PULGADAS

        El éxito de Hubble se debía en muy buena parte a la utilización del
        gran telescopio de 100 pulgadas (2,54 m), con el que habían podido
        estudiar galaxias lejanísimas. La tentación era la construcción de
        un telescopio mucho mayor, de 200 pulgadas (5,08 m). Este era
        el sueño imposible de George Ellery Hale,  el primer director de
        Mount Wilson. Incluso llegó a imaginar uno de 300 pulgadas, pero
        si el primero era ya impensable, mucho más lo hubiera sido el se-
        gundo, inadmisible incluso a nivel de sueño.
            Pero Hale, además de soñador, era realista. Era consciente del
        reto tecnológico y económico que tenía que afrontar. El diseñador
        y el gran maestro de obras de la catedral de la ciencia del siglo xx
        sería el genial Francis Pease (1881-1938), quien ya formaba parte
        como ingeniero del personal de Mount Wilson.  Quizá pensó que
       su director, Hale, se había vuelto loco, pero se puso a dibujar. Y el
        loco fue él. Solo pensar en la cúpula, los datos brincaban: tenía que
        albergar un volumen ocho veces mayor que el anterior de 100 pul-
        gadas. Pease estimó que algo así podría costar unos seis millones
        de dólares (delos de entonces), aunque era muy difícil de precisar,
       pues serían necesarios nuevos materiales aún por concebir.
           Hale tenía que buscar ese dinero. Para ello, tenía un arrolla-
        dor poder de convicción. Hacía falta no solo el dinero, sino ade-





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