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Los nombres de Hale y Pease no figuran con grandes letras
en la historia de la astrononúa, pero personajes así son absoluta-
mente necesarios. Ellos no hicieron astrononúa, pero facilitaron
que muchos otros pudieran hacerla. El Monte Palomar ha sido
una fuente de datos imprescindible para los astrónomos hasta el
último cambio de siglo. La colección de placas de Monte Palomar
estaba, hasta hace poco, en todas las bibliotecas de los p1incipales
observatorios del mundo. Pero llegó la Segunda Guerra Mundial
y las obras se paralizaron. El telescopio no estuvo disponible para
la observación hasta mucho después, en 194 7. Hubble utilizó el
200 pulgadas, desde luego, pero estando ya en una época de menor
producción científica y con problemas de salud. Puede decirse que
sus mayores éxitos fueron fruto del 100 pulgadas. Edwin no pudo
desvelar los secretos del cosmos con el nuevo coloso.
La gran hazaña: Hale lo pensó, Pease lo hizo, Hubble lo usa-
ría. Pero el último lo usó poco y los dos primeros murieron antes
de que la gran pupila se abriera al firmamento, concretamente,
ambos en 1938.
La gran ventaja del telescopio de 200 pulgadas era que reco-
gía más fotones y con más fotones se podían registrar galaxias ( u
otros objetos) que no era posible observar con uno más pequeño,
y, además, con muchos fotones se podía descomponer la luz en
sus diferentes frecuencias para obtener su espectro con mayor
resolución. Pero tenía un grave inconveniente: su campo de visión
era limitado. Una burda comparación podría ser la de encontrar
una aguja en un pajar, lo que es siempre difícil, pero mucho más
difícil es encontrar una aguja en un pajar con una lupa. Si se en-
contraba una nébula se la podía estudiar mejor que nunca, pero si
se apuntaba en una dirección arbitraria, era probable que allí no
se encontrara ninguna nébula.
Hacía falta un telescopio complementario con gran campo,
aunque fuera más pequeño. El telescopio pequeño podría detectar
nébulas con mayor facilidad. Una vez encontradas, las nébulas
podrían estudiarse con más detalle con el 200 pulgadas. Pero los
telescopios de gran campo tropezaban con una distorsión de la
imagen denominada «aberración cromática». La solución vino
por parte de un humilde óptico estonio, Bernhard Schmidt (1879-
150 LA HOMOGENEIDAD DEL UNIVERSO