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Con veinticuatro años, Edwin volvió de Oxford como un
héroe ante su familia. Especialmente sus hermanas Helen, con
catorce años, y Betsi, con ocho, estaban entusiasmadas, atónitas
ante el aspecto y el habla, con exótico acento inglés, tan diferen-
tes de como los recordaban. A pesar de no ser el mayor, ocupaba
el puesto del extremo de la mesa, sustituyendo en esto a su padre
fallecido. Toda la familia estaba orgullosa y pendiente de él.
La familia se había empobrecido tras la muerte del padre. Aun-
que tanto John como su padre, el abuelo Martin, habían tenido una
posición desahogada, ahora ya no era así. Martin, que iba en silla de
ruedas, repartió el rancho entre sus muchos hijos y poco le había
correspondido a John. Las numerosas deudas, en parte debido a la
misma enfermedad de John, habían llevado a la familia a una situa-
ción económicamente comprometida. El hijo mayor, Henry, tenía
un trabajo con muy poco sueldo. Lucy daba clases de piano, pero
ganaba poco dinero. Bill estaba estudiando agricultura y acabaría
siendo el sostén de la familia, pero en 1913 aún no era más que un
estudiante. Los tres hermanos pequeños estaban por criar. Las es-
peranzas estaban puestas en el arrollador ímpetu de Edwin, con
sus maneras exquisitas y su brillante porvenir como abogado. Pero
Edwin no respondió a las expectativas y fue más bien una carga aña-
dida para la pobre madre Jennie. Nunca trabajó como abogado ni en
nada que tuviera relación con su formación en derecho. Paseaba su
hermosa figura, pero no aportaba dinero alguno para su madre viuda
Edwin empezó con sus primeros trabajos como profesor de
español en una escuela de .señoritas en New Albany, Indiana. Los
norteamericanos empezaban a comprender que el español había de
ser el idioma del futuro, pues la apertura del canal de Panamá faci-
litaría las relaciones comerciales con Sudamérica. En este mismo
colegio también enseñó física y se convirtió en el entrenador del
equipo de baloncesto. Las alumnas estaban muy contentas con su
nuevo apuesto profesor. Aprendían bien con él y, especialmente,
el equipo de baloncesto cosechó triunfos muy sonados. Tanto es
así que le dedicaron la memoria anual con la siguiente inscripción:
Para Edwin P. Hubble, nuestro querido profesor de español y de
Física, quien ha sido un leal amigo con nosotras en nuestro último
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