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cía en Cambridge, donde no hizo otra cosa, olvidándose en oca-
       siones de comer o dormir. Al respecto, William Stukeley, uno de
       sus primeros biógrafos, dijo:

           Se abstraía de tal forma que, cuando iba a comer algo, ya habían
           retirado el mantel. O cuando tenía amigos invitados en su habita-
           ción, entraba en su estudio a buscar una botella de vino y,  al ocu-
           rrírsele una idea, se sentaba a la mesa y olvidaba a sus amigos.
           Siempre estaba ocupado en sus estudios -nos lo describe un co-
           nocido suyo de aquella época- y muy raras veces hacía visitas.
           Tampoco las recibía. En muy raras ocasiones iba a cenar al hall,
           salvo algunos días especiales, y en aquellas ocasiones, si alguien no
           le llamaba la atención, se presentaba con aspecto descuidado, con
           los zapatos gastados, las medias caídas, vestido con el sobrepelliz
           y el pelo revuelto.

           Las décadas en Cambridge fueron de soledad, pues no encon-
       tró allí interlocutores válidos para discutir sobre ciencia. Como ha
       escrito W estfall: «Filósofo en busca de la verdad, se encontró a sí
       mismo entre funcionarios en busca de un cargo. Este fue el conti-
       nuo telón de fondo de toda su vida creativa».
           En lo personal, las cosas fueron todavía más complicadas.
       En su juventud, durante las décadas de  1660 y  1670,  tuvo más
       facilidad de trato con hombres mayores que él,  como pone de
       manifiesto  su relación con Henry More,  nacido  en 1614;  John
       Wallis, en 1616; John Collins, en 1625; Henry Oldenburg, en 1626;
       Isaac Barrow, en 1630, o Christopher Wren, en 1632-recuérdese
       que Newton nació en 1642-. Sin embargo,  de ninguno de ellos
       se puede decir que fuera su amigo: las relaciones se limitaban al
       plano de lo académico.
           En sus años de Cambridge apenas se conocen un par de nom-
       bres de personas de su generación con los que mantuviera trato,
       si no amistoso, al menos que fuese más allá de lo circunstancial,
       quizá porque su extremo puritanismo le hacía complicado mante-
       ner amistades-rompió su trato con John Vigani, un italiano que
       enseñaba química en Cambridge, porque contó una historia licen-
       ciosa sobre una monja-.






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