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manual, sino también de dominar los más variopintos cono<;:imien-
tos, pues fue él mismo quien también construyó, con dos láminas
de cobre, los espejos del telescopio y quien los pulió, para lo cual
había ideado una aleación especialmente apropiada para el pulido.
«A HOMBROS DE GIGANTES»
Robert Hooke, el personaje con el que comenzaba esta biografía,
es quizá el mejor de los científicos ingleses del siglo XVII ... excep-
tuando, naturalmente, a Isaac Newton. Hooke vivió sus últimos
años amargado y resentido al ser consciente de esa excepción, y
de que Newton trascendería las fronteras de la ciencia para ser un
personaje célebre de la historia: pareció adivinar que, andando el
tiempo, pocos, fuera del estrecho mundo de la ciencia, sabrían
quién fue Robert Hooke, mientras que el nombre de Isaac Newton
iba a ser célebre incluso entre los no letrados.
Cuando Hooke murió era apenas piel y huesos, consumido
por la diabetes y por su odio a Newton. Una lectura entre líneas
de las páginas de sus diarios nos muestra a un hombre derrotado
por la humillación de saber que la posteridad lo recordaría, más
que por sus propios méritos, por haber sido uno de los tantos
enemigos que Newton tuvo. Y eso que, como se explicó en el ca-
pítulo primero, no faltaron méritos en la carrera científica de
Hooke; significativamente, una de sus biografías lleva por título
El Leonardo de Londres.
Hooke y Newton cruzaron armas dialécticas en varias oca-
siones. Las desavenencias comenzaron con la primera publica-
ción de Newton sobre la luz y los colores (1672); no reaccionó
bien el catedrático lucasiano a las críticas de Hooke, y peor toda-
vía le sentaron las acusaciones de plagio que este vertió sobre una
parte de los Principia.
Esa, y otras disputas científicas, se podían haber suavizado con
un agradecimiento adecuado por parte de Newton de lo que debía
a otros colegas, como en su día le recomendara Halley. Pero
Newton fue siempre muy remiso a agradecer a otro ningún tipo de
132 DESCIFRANDO LA LUZ Y LOS COLORES