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bien que aquella propuesta de mejora no era una recompensa a su
carrera sino un claro incentivo para que se desvinculase de Fatma.
Legalmente nada podían hacer para vetar su relación con la beca-
ria, puesto que necesitarían pruebas inculpatorias de que la joven
le estuviese utilizando para obtener información, cosa que no era
cierta. Por lo tanto, recurrían a aquella especie de chantaje con el
fin de impedir que interviniese en el proceso abierto contra los Has-
búm, y al mismo tiempo separarle también de la abogada palestina.
Sin duda, quienes habían diseñado el plan conocían las aspiracio-
nes del teniente en su función, puesto que la oferta produjo en él
el efecto deseado, sembrar incertidumbre y crearle un conflicto de
intereses de difícil solución. Si rechazaba la propuesta de la junta es-
taría abocado, muy probablemente, a jubilarse siendo aún teniente,
ya que podrían pasar muchos años antes de que fuese nuevamente
requerido a una promoción preferente. Además, tampoco podría
involucrarse en el juicio de los Hasbúm, ya que quedaba muy cla-
ra la desautorización expresa del cuerpo superior. Por el contrario,
si aceptaba el ascenso sería enviado lejos de su adorada subalterna.
Incluso podrían destinarle a la comandancia de algún destacamento
fronterizo, lo cual haría muy difícil su acercamiento a Fatma.
Ante tal coyuntura, y conociendo la dificultad que supondría re-
solver aquel conflicto, decidió, una vez más, recurrir a su padre, el
viejo Kachka. Si alguien le podía aconsejar debidamente en aquel
dilema era su progenitor. David Kachka conocía perfectamente los
entresijos de la judicatura, ya fuesen estos en el ámbito civil o mili-
tar; puesto que a lo largo de su vida profesional había resuelto con
éxito muchos casos parecidos.
En aquella ocasión, Ariel quería entrevistarse con su padre per-
sonalmente, puesto que la conversación con el veterano abogado
requería de más tiempo e intimidad que la vez anterior, en la que
una simple llamada le había resultado de gran ayuda.
David Kachka y su esposa Rebeca vivían desde hacía dos meses
en la histórica Acre, una pequeña ciudad a veinticinco kilómetros
al norte de Haifa y a poco más de cien de Tel Avid. Pero, inexplica-
blemente y a pesar de la escasa distancia que les separaba, Ariel aún
no les había visitado en su nueva residencia. El matrimonio estaba
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