Page 116 - Edición final para libro digital
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cumplidos sus cálculos de viaje. Pero, incluso así, quería acercarse
hasta Damun antes de seguir su ruta hacia Acre.
Superados los primeros veinte minutos, el tráfico comenzó a ser
más fluido. Con suerte, no se retrasaría tanto como había creído,
y podría cumplir con sus planes sin temor a retrasar su cita fami-
liar. En Megadi, poco antes de llegar a Haifa, tomó la salida de la
autopista para dirigirse a Beit Oren, un kibutz situado a menos de
dos kilómetros de Damun al cual se accede por una carretera entre
pequeñas montañas y bellos paisajes. Tan sólo tardó veinte minutos
en llegar a la penitenciaría. Una vez allí se dirigió directamente al
control de entrada con la intención de obtener autorización para ver
a los Hasbúm. Pero no quería identificarse como militar.
—Buenas tardes. —saludó al guardia de la entrada.
—Buenas tardes. —le respondió este educadamente.
—Me llamo Ariel Kachka, desearía poder hablar con dos pales-
tinos aquí recluidos.
—Lo siento señor Kachka, pero non son horas de visita. Sólo se
permiten las visitas los domingos de cuatro a seis y los jueves de seis
a ocho. A no ser que tenga usted alguna autorización especial no le
puedo permitir la entrada.
Ariel intentó convencer al vigilante, pero todo fue inútil. Bajo
ningún concepto esgrimiría sus credenciales de oficial para obtener
el salvoconducto. Sabía que de hacer valer su cargo harían las corres-
pondientes comprobaciones y podría meterse en un gran proble-
ma, por lo cual, ante la inamovible postura del funcionario, prefirió
abandonar su objetivo y continuar su camino hacia Acre.
Sobre las siete y media llegó a la ciudad. La casa de sus padres se
encontraba a las afueras de la misma, en una zona residencial muy
cercana a la autopista, así que no tendría que internarse en el cen-
tro, bastante saturado a aquella hora. Esa circunstancia le supuso un
considerable alivio; pues se encontraba cansado y deseaba llegar lo
antes posible.
El matrimonio Kachka recibió a su único vástago con gran ale-
gría. Si bien Rebeca no moderó lo más mínimo su indignación por
la escasa consideración que había mostrado su hijo. El joven soportó
impertérrito el consabido sermón de su madre, mientras el marido
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