Page 121 - Edición final para libro digital
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blemas. A la mal intencionada recomendación de Machta para pre-
                 sionarle con el ascenso y la inesperada confesión de Fatma sobre la
                 verdadera actividad de sus hermanos, se le sumaba la incomprensi-
                 ble pérdida de su teléfono móvil y su nula capacidad para retener
                 datos de memoria. Sin duda Fatma debería estar muy intranquila al
                 no haber recibido su llamada, y él no era capaz de recordar sin ayuda
                 ni la talla de sus zapatos, a pesar de su notable inteligencia. Todos
                 los números telefónicos estaban en la agenda de su smartphone. Sin
                 él no podía contactar con Fatma ni con nadie que pudiese avisar-
                 la, lo cual, sin duda, debía tener muy preocupada a la becaria. Por
                 mucho que se devanaba los sesos intentando encontrar la forma de
                 comunicarse con la joven, no hallaba solución alguna. Hasta el día
                 siguiente, en que pudiese abandonar el cuartel, no hallaría la manera
                 de conectar con ella. Pero mientras tanto, le inquietaba enormemen-
                 te pensar en lo mal que lo debía estar pasando su querida palestina.
                    Ariel llevaba más de media hora dando vueltas por su recámara
                 cuando llamaron a la puerta.
                    —¿Quién es? —preguntó el teniente desde el interior.
                    —El soldado Bravich señor. Me envía el coronel Taback.
                    Kachka se acercó a la puerta entreabriendo la misma para hablar
                 con el mensajero.
                    —Perdone que le moleste señor —dijo el soldado—, pero el co-
                 ronel me ha enviado para que le diga que en diez minutos comenza-
                 rá la reunión. Que se presente usted en su despacho.
                    —Gracias soldado —le dijo Kachka cerrando la puerta.
                    A Ariel le quedaban diez minutos para tramar un discurso co-
                 herente con el cual salir bien parado de aquella junta inquisidora.
                 Pero si no lograba centrarse en algo que no fuese Fatma, difícilmente
                 conseguiría, en tan poco tiempo, idear un argumento convincente.
                 Lo mejor sería decir la verdad y encomendarse a la buena fe de sus
                 superiores.


                    —Con su permiso —dijo Ariel a los presentes al entrar en el des-
                 pacho del coronel, puesto que la puerta estaba abierta y no necesitó
                 llamar.
                    —Adelante. Pase usted teniente Kachka —le autorizó Taback.

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