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En la estancia se encontraban, además del coronel Taback, el
              capitán Frangi, el teniente coronel Reynes y el comandante Eviat.
              Ariel tan sólo conocía a Taback, pero no menos preocupantes le
              resultaron los otros tres. La manera de saludarle al entrar, con gesto
              adusto y casi sin mirarle, despertó en el joven teniente el nerviosis-
              mo y la desconfianza. Algo en su interior le decía que aquella reu-
              nión tenía como objetivo forzarle a que renunciase a su relación con
              Fatma. Muy probablemente presionándole con la posibilidad de que
              rechazasen su ascenso si no accedía a tal condición. Sólo pensar en
              que pudiese darse aquella situación provocaba en Ariel una enorme
              tensión. En ese momento no tenía claro qué habría de responder a
              tal propuesta. Quería con locura a la palestina, pero todo su futuro
              profesional estaba en juego en aquel despacho.
                 —Cierre la puerta, por favor —le pidió Taback en cuanto hubo
              entrado.
                 Ariel así lo hizo, actuando con suma suavidad. Era tal su apren-
              sión que temía incluso incomodar a aquellos hombres si hacía más
              ruido del debido al arrimar la hoja de madera a su marco.
                 —Siéntese, por favor —le invitó cortésmente el coronel.
                 Tomó asiento sobre una de las sillas que rodeaban la impoluta
              mesa de raíz ubicada a su izquierda, dentro del gran despacho. Los
              demás estaban ya ocupando sus respectivos asientos alrededor de la
              misma. El coronel Taback era el único que no se encontraba aún
              junto al grupo en aquel momento. Había permanecido detrás de su
              escritorio terminando de reunir los papeles que habían de formar
              parte de los informes enviados por el teniente coronel Machta. A los
              pocos minutos, se acercó también para ocupar la cabecera y presidir
              aquella junta.
                 —Bien caballeros —comenzó diciendo—. Como ya les he ade-
              lantado, esta reunión es para tratar sobre el ascenso del teniente
              Kachka a capitán. Ante mí tengo el informe que me ha sido en-
              viado por el teniente coronel Machta. En el mismo incide sobre la
              idoneidad del teniente para ocupar un rango superior. También me
              advierte sobre ciertas actividades personales que considera poco re-
              comendables. Es precisamente este punto lo que me ha llevado a re-
              unir a este pequeño comité. No me siento competente para decidir

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