Page 117 - Edición final para libro digital
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de esta esperaba pacientemente el final de aquella mixta expresión
                 de cariño para tener ocasión de hablar tranquilamente con Ariel.
                 Una vez la matriarca se hubo desahogado, y terminadas las corres-
                 pondientes muestras de afecto, los dos varones se dirigieron al salón
                 de la casa, en tanto Rebeca se introducía en la cocina con la inten-
                 ción de continuar con la cena que ya estaba preparando.
                    —Bueno Ariel, cuéntame. ¿Qué te ha dado para decidirte a visi-
                 tar a tus padres? —le preguntó el viejo Kachka a su hijo.
                    —Tenía ganas de veros y conocer vuestro nuevo hogar —le res-
                 pondió Ariel sin mucha confianza. Conocía muy bien a su padre y
                 sabía que no sería para él una excusa convincente.
                    —Tanto tu madre como yo te agradecemos mucho tu interés por
                 nosotros —le dijo el padre en tono irónico—. Pero ahora en serio,
                 ¿cuál es el problema?
                    La inteligencia del joven Kachka no era casual. Su predecesor
                 familiar era un hombre sumamente perspicaz. Difícilmente podría
                 Ariel engañar a su mayor. Bien sabía el viejo Kachka que alguna im-
                 portante razón era la causa de que su hijo decidiese presentarse allí
                 aquel día. Desde que se independizara, cuando fuera llamado a filas,
                 habían sido contadas las visitas de Ariel a sus progenitores. Después
                 de tantas veces como su madre le requiriese, sin éxito, visitarles para
                 conocer su nueva casa, tendría que ser algún motivo especial el que
                 llevase al joven a tomar la decisión por sí mismo y con tanta presteza.
                    Ante la evidente incredulidad de su padre, Ariel consideró que
                 no tenía sentido disimular. Comenzó explicándole su relación con
                 Fatma, desde el día en que se hizo cargo de su custodia en el institu-
                 to hasta unas horas antes de salir aquella tarde de Tel Avid. El vásta-
                 go de los Kachka puso a su progenitor al corriente sobre lo referente
                 a su pareja, pero tan sólo mencionó muy por encima la verdadera
                 motivación que le había llevado hasta allí aquel fin de semana. Los
                 pormenores sobre el caso de los hermanos de Fatma requerían una
                 conversación más sosegada, y ya la señora Rebeca les llamaba ya para
                 cenar.






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