Page 109 - Edición final para libro digital
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—Qué maravilloso es esto Saida. Nunca antes había estado aquí
                 —respondió Fatma. Totalmente ajena a las palabras de la anciana y
                 deslumbrada por aquel inmenso emporio.
                    —Sí, es increíble. Pero tenemos toda la mañana para ver las tien-
                 das, ahora me apetece tomar un té y que charlemos un poco.
                    Esta vez sí, Fatma atendió a lo que Saida le decía. Volviendo en-
                 tonces a la realidad del momento vital que le abrumaba.
                    —Sí, Claro. Perdone mi distracción. Es que esto es tan fascinante
                 que por un momento se me olvidaron hasta mis problemas.
                    Las dos tomaron asiento en unas de las sillas más apartadas. Era
                 aún temprano y no había mucha gente, razón por la cual se encon-
                 traban casi solas. Tan sólo dos chicas jóvenes y un rabino ocupaban
                 otras dos mesas, lo suficientemente alejadas de ellas como para tener
                 una conversación tranquila, sin temor a ser escuchadas. Una vez les
                 hubieron servido, Saida repitió la misma pregunta que ya le hiciera
                 en casa antes del desayuno.
                    —Bien, ¿vas a decirme ahora qué es lo que ha ocurrido para que
                 no hayas ido a trabajar?
                    —No sé cómo comenzar. Ha sido algo tan inesperado que aún
                 no llego a comprenderlo.
                    —Pero alguna razón habrá, digo yo —la apremió Saida algo im-
                 paciente.
                    —Creo que conozco cual es la razón, pero no llego a compren-
                 derla. Cuando más feliz estaba siendo, con un trabajo y enamorada
                 de un hombre maravilloso, una vez más llega mi mal fario para de-
                 volverme a la más cruel esencia de mi vida. Como si Dios castigase
                 todas mis tentaciones y el haber abandonado su doctrina.
                    —No digas tonterías. Niña, Alá no castiga a nadie como tú.
                 Eres una excelente persona, y el amor no es ningún pecado. No
                 me gusta que hables como los islamistas radicales; ni siquiera que
                 lo pienses. Otras serán las razones de tu desdicha, si acaso lo es.
                 A veces, los pequeños obstáculos nos parecen insalvables hasta
                 que encontramos un camino para rodearlos con éxito. Dime qué
                 te ha ocurrido.
                    Fatma la puso al tanto de todas las vicisitudes por las que había
                 pasado desde que Ariel se marchara el día antes.

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