Page 107 - Edición final para libro digital
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La joven miró a su casera agradecida. Obviamente no lo estaba
                 pasando bien, y no le resultaba nada cómodo tener que dar explica-
                 ciones al viejo. Una vez hubieron terminado de desayunar, Saida se
                 dirigió a la muchacha.
                    —¿Sabes lo que me apetece hacer hoy, Fatma?
                    —¿Qué le apetece? —respondió la joven con otra pregunta.
                    —Salir de compras. Hace tanto que no voy a un centro comer-
                 cial que ya ni me acuerdo que fue lo último que compré en alguno
                 de ellos. He pensado que, ya que te han dado el día libre, podríamos
                 ir las dos de tiendas. ¿Qué te parece?
                    Estaba claro que la señora Maher buscaba la manera de estar a
                 solas con Fatma, y esta se dio cuenta enseguida.
                    —Es una buena idea. A mí también me apetece salir.
                    —¿Pero ¿qué vas a comprarte tú ahora, a tus años?  —le dijo
                 Abdud a su esposa; lo cual no gustó nada a la anciana.
                    —¿Qué insinúas?
                    —Nada. Sólo que llevas años sin comprarte ni una bata y ahora
                 te da por ir de tiendas. ¿Cuántas veces te he propuesto salir a comer
                 o a pasear por la ciudad y nunca has querido? Será que llevando a
                 Fatma a tu lado piensas que alguien se fijará en ti. ¡Ja, ja, ja!… —se
                 rio el viejo Maher.
                    —No seas imbécil —profirió Saida ofendida, sin tomarse nada
                 bien la broma de su esposo—. No te reirías tanto si yo tuviese treinta
                 años menos.
                    —Bueno, bueno. Haya paz —apaciguó inmediatamente Abdud,
                 que conocía sobradamente las malas pulgas de su mujer cuando se
                 enfadaba—. Id a donde queráis, sólo estaba bromeando.
                    —Venga, no discutáis —intervino Fatma—. Si no podríais vivir
                 el uno sin el otro. Ambos sois jóvenes aún.
                    —Bueno Fatma, tampoco te pases —le dijo Saida riendo.
                    —Lo ves —dijo entonces Abdud, nuevamente bromeando—,
                 como se alegra en cuanto le quitas unos años.
                    Saida lo miró contrariada. Nunca le había gustado que bromea-
                 ran con su edad. Era algo que no llevaba muy bien, a pesar de haber-
                 lo asumido sin trauma alguno. Pero que el viejo Abdud, casi un año
                 mayor que ella, le llamase vieja la ponía de los nervios.

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