Page 102 - Edición final para libro digital
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—Con su permiso señor. ¿Me ha mandado llamar?
—Sí. Pase y siéntese. Tengo que comunicarle algo.
Ariel se sentó frente al veterano oficial.
—Usted dirá —le dijo intrigado.
—La semana pasada recibió usted una carta del estado mayor,
verdad.
—Sí señor, así es.
Kachka dedujo enseguida la razón por la cual Benjamín Machta
le hacía presentarse ante él. Era obvio que sabía lo ocurrido y que,
como bien se había imaginado, el huraño oficial tenía mucho que
ver en la respuesta recibida a su demanda.
—Bien. Pues debe usted desplazarse a Jerusalén. He recibido ór-
denes del mando superior referentes a su ascenso. Deberá presentar-
se ante el coronel Taback para una entrevista. Probablemente deba
permanecer allí dos o tres días, hasta que decidan su nuevo destino.
—Pero… Tengo aún algún trabajo pendiente en mi despacho.
—No se preocupe por ello, teniente. Que la señorita Hasbúm
me traiga los expedientes en los que está usted trabajando. Yo mismo
me haré cargo.
—¿No debería, antes de ausentarme, poner al tanto a quien vaya
a sustituirme? —le preguntó Ariel.
—No será necesario, nadie va a sustituirle. Esta oficina dejará de
funcionar en un par de meses, en cuanto yo me jubile.
—Como usted ordene señor. Mañana mismo saldré hacia Jeru-
salén.
—Me temo que tendrá que hacerlo antes. El coronel Taback re-
quiere su presencia esta misma tarde. Tiene usted tiempo para reco-
ger aquello que vaya a necesitar para su estancia en la capital.
Ariel no consiguió disimular su contrariedad. Sin duda Machta
había preparado todo aquello a conciencia.
—Da la impresión de que no se alegra usted por la noticia. ¿No
era su deseo ascender a capitán? —le dijo el viejo Machta sin poder
disimular su ironía.
—Desde luego señor, hace tiempo que esperaba esta ocasión.
—Pues al fin le ha llegado. Aprovéchela teniente. Podría no vol-
ver a tener otra.
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