Page 99 - Edición final para libro digital
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había dicho, la última vez que hablaran por teléfono, poco antes de
ser asesinado, lo que estaba sucediendo con sus hermanos y el riesgo
que corría su vida.
—¡Qué miserables! Exclamó Ariel. ¿Fue esa la razón de que no
regresases nunca a Jibaliya?
—Así es, mi padre me envió a Tel Avid para evitar que corriese
riesgos. Él ya sabía que algo iba a ocurrir. Sus hijos asumieron aque-
lla ejecución. ¡¡¡SUS PROPIOS HIJOS!!! —alzó Fatma la voz, sin
poder contener su indignación.
Ariel la abrazó para consolarla y pidió la cuenta al camarero.
Mientras llegaba el mozo, Fatma le susurró:
—Prométeme que no comprometerás tu carrera y nuestro amor
por defender a mis hermanos.
—No lo haré cariño. Hablaré con mi padre para decirle que todo
ha cambiado, y que ya no es necesario seguir adelante.
—Te quiero —le susurró simplemente la joven.
—Y yo a ti mi amor. ¿Hay algo más que desees contarme? Estaré
contigo para lo que sea —se ofreció él.
Ella se apartó ligeramente y se lo quedó mirando unos segundos.
Finalmente, volviendo a juntar sus mejillas le dijo:
—No, nada más. Vámonos ya. Va a ser la hora.
—Sí. Vayamos a la oficina. Seguro que ya ha llegado Machta y no
quisiera darle más razones.
—¿Razones para qué? —le preguntó Fatma ignorante.
—Para… Para que nos reproche la tardanza. —Respondió inse-
guro Kachka, intentando corregir su desliz.
Fatma no insistió, no sospechaba nada sobre las consecuencias
que había acarreado la buena voluntad del teniente.
Despidieron al camarero con una generosa propina, y salieron en
busca del coche para retomar su rutina laboral. Ambos tenían cosas
pendientes que confesarse, pero por aquella mañana había sido ya
suficiente.
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