Page 95 - Edición final para libro digital
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Fatma se asomó a la ventana, separó la cortina, y vio el coche de
                 su querido teniente parado junto a la puerta.
                    —Ya te veo —le dijo riendo—. Pues sí que tenías ganas de ver-
                 me.
                    —Ni te lo imaginas —le respondió él.
                    —Está bien. Salgo en cinco minutos.
                    Fatma corrió a su cuarto. En un tiempo récord se vistió y se
                 arregló un poco el pelo. Nunca se pintaba, y apenas si se daba un
                 sutil maquillaje cuando debía asistir a alguna cita especial. Pero para
                 desayunar con Ariel no era necesario. Él nunca la había visto de otra
                 manera, lo cual significaba que no necesitaba recurrir a los cosméti-
                 cos para resultarle atractiva. A ella le alegraba que así fuese, ya que
                 no se sentía cómoda cuando se ponía algo sobre la piel del rostro.
                    —Hola —saludó Fatma entrando en el vehículo y besando, acto
                 seguido, a su amado oficial.
                    —Hola. ¿Qué tal has pasado el fin de semana? —le preguntó él.
                 También a modo de saludo.
                    —Bien. En casa con los Maher.
                    —¿No has ido a ninguna parte?
                    —¡Nooo...! ¿A dónde habría de ir yo sola? He estado haciendo
                 puzzles con la señora Saida y ayudándole en las tareas del hogar —le
                 dijo Fatma—. ¿Y tú que tal lo has pasado en Acre?
                    —Nada especial. Tampoco he salido de casa, he estado con mis
                 padres todo el rato. Hacía meses que no los veía y teníamos mucho
                 de qué hablar. Se nos pasó el tiempo volando.
                    Mientras ambos satisfacían su curiosidad sobre lo acontecido du-
                 rante aquella pequeña separación, ya habían llegado al salón de té
                 donde Ariel solía desayunar a diario. Era muy temprano y había aún
                 muy pocos clientes; el ambiente ideal para mantener una conversa-
                 ción tranquila; pues cuando el local estaba lleno era difícil entender-
                 se sin levantar la voz.
                    Una vez hubieron demandado al camarero, Ariel tomó la inicia-
                 tiva. En realidad, si bien era cierta su impaciencia por estar con Fat-
                 ma, lo que más le había estado apremiando realmente, era el deseo
                 de hablar con ella sobre la situación de sus hermanos. Llevaba varias
                 semanas ocultándole aquello, y una vez establecida su estrategia de

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