Page 104 - Edición final para libro digital
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Al cabo de unas horas, Kachka salía de la ciudad rumbo a Je-
              rusalén. Fatma, después de despedirse de él, retomó su actividad
              en la oficina. Otros dos días debería la joven palestina permanecer
              separada de su amado, cuando este apenas acababa de regresar el día
              anterior de Acre. Para Fatma, aquellos pequeños periodos se hacían
              interminables, y tan sólo sus conversaciones con Saida, al llegar a
              casa, conseguían distraerla levemente de esas ausencias.
                 Hacía poco más de una hora que Ariel había partido hacia la
              capital. Probablemente habría llegado ya; pues sólo unos setenta ki-
              lómetros separaban ambas ciudades. Fatma esperaba impaciente la
              llamada del joven indicándole que todo había ido bien. Sin embar-
              go, él no la llamó. La incertidumbre ante aquella falta de comuni-
              cación tenía a la joven palestina preocupada, y fue finalmente ella
              quien marcó el número de su amado. Pero no obtuvo la esperada
              respuesta. Un conocido y odiado mensaje grabado le comunicaba
              que aquel teléfono no estaba operativo. Fatma insistió varias veces
              con la esperanza de escuchar la voz de Ariel al otro lado, pero todas
              sus tentativas fueron en vano.
                 Cuando iba a intentarlo por enésima vez, se abrió la puerta del
              despacho del teniente coronel Machta, y el veterano militar, casi sin
              mirar a la becaria, solicitó su presencia ante él para, acto seguido,
              regresar inmediatamente a ocupar su mesa de trabajo. Fatma se pre-
              sentó expedita al jefe principal.
                 —Pase y cierre la puerta, señorita Hasbúm —le dijo Machta con
              gesto serio.
                 La joven comenzó a ponerse nerviosa. Aquel hombre nunca le
              había resultado especialmente simpático, pero, en aquel momento,
              su adusta expresión no parecía augurar buenas noticias para ella.
                 Machta ni siquiera le ofreció asiento.
                 —No me resulta nada fácil lo que le voy a decir, señorita Has-
              búm —comenzó advirtiendo.
                 Fatma se puso blanca al escuchar aquellas palabras. Lo primero
              que pensó fue en Ariel. El hecho de no haberse puesto en contacto
              con ella, y que no respondiese a sus llamadas, ya la tenía muy in-
              quieta. El circunspecto rostro del oficial y su solemne comienzo casi
              la llevan al desmayo. Pero Fatma era fuerte y supo mantener el tipo.

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