Page 108 - Edición final para libro digital
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—Hija. Mejor vamos a recoger todo esto y luego nos ponemos
              guapas y vamos a pasar la mañana de compras.
                 El señor Maher, después de ayudarles con la tarea doméstica,
              salió a regar las plantas mientras las dos mujeres fueron a preparar-
              se para salir. Al cabo de un rato, ambas aparecieron luciendo sus
              mejores galas, dispuestas a conquistar Tel Avid. Hacía mucho que
              la señora Maher no se emperifollaba de tal manera, y hasta Fatma
              se sorprendió al verla. Muy bien peinada y maquillada, y con un
              precioso vestido gris con detalles en blanco, aparentaba diez años
              menos.
                 —No sé si cuando la vea así el señor Maher se reirá tanto como
              antes. —le dijo Fatma al verla.
                 —Si yo te contara hija mía. Bien ha sabido ese como conquistar-
              me de jovencita. Ahora se ríe, pero mucho presumía a mi lado antes
              de que los años nos robasen el atractivo —dijo Saida con suficiencia.
              Tomándose en serio el halago de la muchacha.
                 Se despidieron de Abdud desde la puerta, y ambas salieron con
              la intención de pasar la mañana recorriendo comercios. Pero Fatma,
              sabía que el verdadero objetivo de la anciana era poder estar las dos
              a solas para enterarse así de lo ocurrido, Además, a pesar de lo poco
              que la animaba hablar de aquello, la joven deseaba poder confesarse
              con Saida. Los consejos de la veterana mujer surtían en ella un efec-
              to balsámico, haciéndole más llevadero el agobio que le producían
              sus dudas y problemas.
                 Ambas mujeres fueron hasta el centro comercial Ramat Avid,
              junto al río Yarkon, al norte de la urbe. Fatma, que jamás había
              estado en aquella gran superficie de lujo, olvidó por momentos las
              razones de su pena. En aquel inmenso lugar, rodeado de lujosos ho-
              teles y museos, la joven conoció un nuevo mundo que jamás había
              pisado. Sin embargo, la señora Maher, quien tampoco había estado
              nunca en aquel sitio a pesar de sus muchísimos años residiendo en
              la ciudad, no se dejó influir por todo aquel fausto y se centró en lo
              que suponía su mayor preocupación en aquel momento.
                 —Fatma, porque no nos sentamos a tomar un té en aquella te-
              rraza —le dijo a la muchacha señalando las mesas exteriores de una
              de las muchas cafeterías existentes en aquellas galerías.

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