Page 106 - Edición final para libro digital
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las siete. Al menos, a esa hora podría irse a casa sin que el matrimo-
nio Maher le hiciese pregunta alguna. Ya hablaría con Saida al día
siguiente; pues, inevitablemente, tendría que contarle lo ocurrido.
—Buenos días Saida —saludó la joven apareciendo en la cocina,
aún en pijama y sin haberse peinado siquiera.
—Buenos días —respondió la anciana—. ¿Cómo estás aún sin
arreglar? Sólo falta media hora para que llegue Ariel a recogerte.
—Hoy no vendrá a recogerme —dijo Fatma sin más explicacio-
nes.
A la señora Maher no le agradaba preguntar a Fatma sobre sus
asuntos personales, pero el hecho de que estuviese aún sin vestir a
aquellas horas daba a entender que no asistiría al trabajo esa maña-
na. Por otra parte, el escueto comentario sobre la inasistencia de su
novio para desplazarse juntos hasta la oficina le hacía pensar que
algo no marchaba bien en la pareja.
—¿Sucede algo Fatma?
La joven intentó esquivar la pregunta de su casera. Era evidente
que no le apetecía hablar del tema; o al menos no en ese momento.
—¿El señor Maher aún no se ha levantado? —preguntó Fatma a
su vez, intentando desviar la conversación.
—¿No quieres que hablemos? —insistió Saida.
—Preferiría no hacerlo ahora.
Fatma no tenía secretos para la anciana, pero le resultaba suma-
mente embarazoso hablar de ciertas cosas delante del marido de esta.
Además, Abdul se presentaría en unos minutos a desayunar. Aunque
lo quería como a un padre, su educación y su sentido del pudor le
impedían comentar ciertas cosas delante de él. Saida comprendió al
momento las razones de la joven y no insistió más en el tema. Pero
no dejaría pasar la mañana sin sonsacarle a Fatma la razón de aquel
extraño comportamiento.
—Buenos días —entró diciendo el viejo Abdud a los pocos mi-
nutos—. ¿Cómo estás aún en pijama a estas horas?, ¿no vas hoy a
trabajar?
—Le han dado el día libre —respondió inmediatamente Saida
para evitarle a Fatma tener que buscar una excusa.
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