Page 181 - Edición final para libro digital
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El teniente Sabel se levantó sin volver a pronunciar palabra al-
                 guna. Miró a sus compañeros y salió de la celda. Una vez Eitán
                 había abandonado el zulo, el más pequeño de los dos carceleros ce-
                 rró nuevamente la pesada puerta. Mientras, el otro ataba las manos
                 del teniente a su espalda con unas bridas de plástico anormalmente
                 gruesas. Aseguradas las ligaduras que impedían a Sabel cualquier
                 intento de huida, los tres hombres echaron a andar por un estrecho
                 y sucio pasillo apenas alumbrado por tres bombillas de escasa poten-
                 cia. Al final del deprimente corredor se hallaba una puerta metálica.
                 Al llegar a ella, uno de los individuos encapuchados golpeó en la
                 misma tres veces, luego cesó en los golpes unos segundos para volver
                 a dar con sus nudillos dos nuevos toques, esta vez más suavemente.
                 Sin duda se trataba de una contraseña para evitar que pudiese darse
                 una fuga de los prisioneros en caso de someter a sus guardianes. La
                 puerta se abrió, dando paso a un amplio, pero igual de sucio, habitá-
                 culo, en el cual se encontraban varios hombres de idéntico uniforme
                 y capucha que aquellos que le estaban guiando. Los dos acompa-
                 ñantes de Eitán volvieron sobre sus pasos para ocupar un par de
                 desvencijadas sillas que se hallaban a la mitad del inmundo pasillo,
                 a unos cuantos metros de la entrada de la celda. Sabel fue sujetado
                 por otros dos hombres una vez la puerta se cerró tras ellos. Al fondo
                 de aquella estancia, detrás una pequeña mesa, se hallaba otro hom-
                 bre sentado. Este no lucía el negro atuendo que caracterizaba a los
                 demás integrantes de aquel tenebroso grupo. Al contrario que sus
                 esbirros, el sujeto vestía una chilaba de color gris claro y calzaba unas
                 sandalias de cuero marrón.  No cubría su identidad. Era un hombre
                 de entre cuarenta y cincuenta años, de barba espesa y descuidada.
                 Entre sus dedos amarillentos sujetaba un gran cigarro artesanal, pro-
                 bablemente hecho por él mismo mezclando tabaco con cannabis,
                 pues el característico olor de tal substancia impregnaba por comple-
                 to la estancia. Sobre la pequeña mesa reposaba una pistola y algunos
                 papeles. El arma era una Jericó 941. Una pistola de 9 mm basada en
                 la CZ-75 checa, que fuera modificada por la industria armamentís-
                 tica de Israel y era utilizada por muchos de sus militares. Eitán pudo
                 reconocerla sin esfuerzo; se trataba de su propia pistola. La que le
                 había sido arrebatada en el momento de su captura.

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