Page 185 - Edición final para libro digital
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nada dijo, ni siquiera movió un ápice el cuello para disminuir la pre-
sión del metálico cañón. Sólo trascurrieron unos segundos hasta que
Musleh retiró la pistola de la cabeza del joven teniente y la volvió a
poner sobre la mesa, pero a Eitán aquel escaso periodo de tiempo le
pareció eterno. Una gran sensación de alivio invadió todo su cuerpo
cuando notó como disminuía la tensión en su frente. Mas su gesto
no varió lo más mínimo. Se mantuvo en todo momento impasible.
Una actitud que, a pesar del odio que acumulaba, incluso el propio
Musleh reconoció admirable.
—Veo que has sido muy bien entrenado —le dijo riendo nada
más dejar el arma.
—Hay muertes que resultan liberadoras. Antes que humillarme
ante ti moriría cien veces. Claro que he sido bien adiestrado, aunque
jamás le pondría un cinturón de bombas a ningún niño para llevar
a cabo mis venganzas.
Una vez más, los ojos del palestino mostraron la ira que le produ-
cían las réplicas del hebreo. Sin poder contenerse soltó un fuerte pu-
ñetazo sobre el rostro del maniatado militar. Eitán salió literalmente
despedido de la butaca que ocupaba, dando con sus huesos en el
suelo. Un considerable chorro de sangre brotó entonces de su ma-
lograda nariz, pero continuó tan impasible como lo estuviera has-
ta entonces. Aquello irritaba aún más al jefe de aquellos hombres,
quienes, por orden de este, se cebaron en el cuerpo del teniente.
Eitán estuvo recibiendo patadas y culatazos durante un buen rato,
hasta que sus fuerzas le abandonaron totalmente y perdió el cono-
cimiento. Entonces, el cabecilla de aquella caterva ordenó devolver
al judío a la celda.
Como si de un animal muerto se tratase, los dos guardianes que
le habían sacado del zulo anteriormente, lo tiraron nuevamente den-
tro, sobre sus propios compañeros, y cerrando la puerta, dejaron a
los tres prisioneros nuevamente sumidos en la más completa oscu-
ridad.
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