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que separaban ambas poblaciones, y a la hora del rancho se encon-
              traban ya departiendo alrededor de una mesa bien provista con los
              dirigentes de la pequeña ciudad.
                 En Acre, David Kachka había comenzado con los preparativos
              para ejercer su función de intermediario entre los hermanos de Fat-
              ma y su hijo. Esta vez no le había resultado nada difícil visitar a
              los hermanos Hasbúm. Alguien se había encargado ya de facilitarle
              cualquier encuentro con Sabil y Nabir. A cualquier hora y en cual-
              quier situación. Su relación con los dos reos había sido simplificada
              al máximo: lo cual posibilitaba enormemente su compromiso.
                 La primera toma de contacto del veterano abogado con los dos
              hermanos resultó un poco violenta. El haberle comunicado la renun-
              cia a su defensa poco tiempo antes no había dejado en los Hasbúm
              una buena impresión del letrado. Se sentían traicionados, tanto por
              los Kachka como por su hermana. No le resultó nada fácil a Kachka
              convencer a los muchachos, pero, finalmente, a ambos les alentó
              la posibilidad de ser liberados y se prestaron incondicionalmente a
              colaborar con el veterano letrado.
                 —Bien muchachos, esta es la situación —comenzó diciendo el
              abogado una vez aclarada la intención de aquel trato—. Vuestros
              compañeros en Gaza tienen en su poder a tres soldados hebreos. No
              conozco las razones, pero nuestro gobierno desea pactar la liberación
              de esos hombres y ha solicitado la intervención de mi hijo en las
              negociaciones.
                 —¿Y qué les hace pensar que aceptarán nuestra libertad a cambio
              de sus soldados? —preguntó Sabil.
                 —Por el momento nada. Por eso solicitamos vuestra colabora-
              ción. Fatma es vuestra hermana y está enamorada de mi hijo. Tanto
              ella como Ariel desean evitaros una condena; a pesar de todo cuanto
              habéis hecho.
                 —Tan sólo hemos defendido nuestros derechos. Luchamos por
              la liberación de nuestro pueblo.
                 —¿Y qué ocurrió con vuestro padre?
                 La pregunta de Kachka tensó el ambiente. Los hermanos, a pe-
              sar de no haber participado directamente, eran también culpables
              de la muerte del viejo Ibrahím. Aquel recuerdo les perseguía desde

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