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ban especialmente bien- cuando vio, a través de la cristalera del local,
              como tres hombres descendían de un lujoso coche de alta gama. Eran
              un civil y dos militares, y se dirigían hacia la puerta del restaurante.
                 Kachka conocía muy bien a uno de ellos. Concretamente al que
              vestía ropas de civil. Un hombre de mediana estatura, ataviado con
              un traje azul de corte regio y buen género. El elegante individuo
              llegaba flanqueado por dos oficiales de alto rango. Un coronel y un
              almirante. Nada más entrar los tres individuos en el local, Kachka
              salió a su encuentro.
                 —Buenos días Abe —saludó el abogado con visible confianza.
                 —Buenos días —le respondió el cano personaje sin disimular
              su extrañeza— Qué gran sorpresa encontrarte por aquí. ¿A qué has
              venido a Haifa?
                 —He tenido que solucionar algunas cosas. Ya te contaré.
                 —Estos dos caballeros son el coronel Taback y el almirante Pe-
              res —dijo Abe Sabel, haciendo las presentaciones correspondientes.
                 —Es un placer conocerles en persona.
                 Evidentemente, David Kachka sabía muy bien quienes eran
              aquellos dos hombres. Formaban parte esencial en los aconteci-
              mientos en los que su hijo estaba implicado últimamente. Pero no
              había tenido nunca la ocasión de conocerlos personalmente; y mu-
              cho menos de hablar con ellos.
                 —Por favor, siéntense a mi mesa. Justo ahora comenzaba a co-
              mer. No sé si ustedes habrán comido ya, pero si no lo han hecho me
              encantaría invitarles.
                 —Precisamente veníamos con intención de almorzar. Será un
              placer compartir tu mesa —le agradeció Sabel en nombre de los tres.
                 Kachka ordenó al camarero retrasar el segundo plato y los cua-
              tro personajes comieron juntos. Durante el almuerzo no trascendió
              nada referente a la misión que ya se estaba llevando a cabo, pero al
              llegar los postres, Abe Sabel introdujo el tema.
                 —David, ya sé por el almirante Peres que estás metido en las
              negociaciones para conseguir la liberación de mi hijo.
                 —Así es. Ariel me ha pedido que ejerza de intermediario entre
              Fatma y sus hermanos. El chico no quiere que ella se vea compro-
              metida.

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