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A Ariel no dejaba de sorprenderle aquella manera de entablar una
              negociación con los terroristas. Todo resultaba sumamente extraño;
              ya que el ejército hebreo no acostumbraba a introducir en Gaza a sus
              negociadores. Aquel tipo de misiones solían llevarse a cabo en zonas
              neutrales, y normalmente en territorio controlado por los judíos.
              Nunca se había enviado un intermediario a pactar con los terroristas
              en su propio feudo, y mucho menos a un grupo como el que él y sus
              compañeros formaban. Todo ello en el más absoluto secreto y sin
              garantizar su seguridad.
                 Como bien le aclaraban en las órdenes recibidas, de ellos dependía
              el éxito o el fracaso de la misión. Ariel no tenía la menor duda de que
              aquel extraño asunto podía suponer un peligro real para sus vidas, y
              sus superiores no sólo lo sabían, sino que así lo habían organizado.
                 Por otra parte, la procedencia de aquellas instrucciones era reve-
              ladora de la razón por la cual el padre de Ariel se había encontrado
              con aquellos hombres en el restaurante. Taback había decidido di-
              rigir la operación desde la base de Haifa. Contaba con el apoyo del
              almirante Peres y del propio Abe Sabel para tomar las decisiones.
              A pesar de su veteranía y de su rango, el viejo coronel no deseaba
              asumir sólo la responsabilidad de aquella misión.
                 Ariel había comenzado ya los preparativos desde el momento
              mismo en que llegara a Ascalón. Sólo permanecía a la espera de reci-
              bir por escrito las órdenes pertinentes, y aquellas acababan de llegar
              a sus manos. Podría poner en marcha su plan a la mayor brevedad
              —llamó al agente que hacía guardia junto a la entrada.
                 —Por favor. ¿Podría decirle al alférez Enrick Gorten y a los sar-
              gentos Darsán y Timot que vengan? —solicitó Ariel al joven policía.
                 —Sí Señor —respondió el guardia al tiempo que giraba sobre sus
              talones y abandonaba la estancia.
                 Una vez los cuatro hombres estuvieron reunidos, Ariel les expuso
              el plan de la misión.
                 A pesar de las disposiciones contenidas en el sobre, Kachka tenía
              su propio criterio, y pensaba aplicarlo siempre que le resultase posi-
              ble; pero sin cometer el error de desobedecer las órdenes llegadas de
              Haifa. No quería facilitarles a los altos cargos razón alguna para que
              pudiesen excluirle de la milicia.

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