Page 203 - Edición final para libro digital
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Kachka fue el primero en despertarse. No eran aún las siete de la
mañana y le pareció algo pronto para llamar a los demás. Intentando
hacer el menor ruido posible, se vistió y salió del cuarto rumbo a la
pequeña cocina del cuartel. Una vez allí preparó café y busco en la
despensa algo con que llenar el vacío de su estómago. No acostum-
braba a ingerir nada más que una infusión por las mañanas; pero,
ese día en concreto, sentía como su intestino protestaba pidiendo
ser bien atendido. Justo frente a sus ojos, en el primer estante, había
una lata roja rotulada en inglés que no dejaba lugar a dudas. Ariel
la abrió y tomo de su interior una buena cantidad de galletas que
ingirió con excesivo énfasis mientras tomaba el café. No era normal
aquel apetito matutino en Kachka, y él lo sabía. Aquel voraz desa-
yuno le hizo percatarse de la ansiedad que le originaba el asunto. A
pesar de su acostumbrada contención sentimental, pudo percatarse,
por la inusual manera de comer a tan tempranas horas, que estaba
realmente preocupado, aunque su estado de ánimo no lo delatase.
Sobre las ocho de la mañana aparecieron en la cocina sus tres
compañeros, y unos minutos más tarde hicieron acto de presencia
un par de guardias del pequeño cuartel. Ambos llegaban tarde, ya
que deberían sustituir a sus precedentes en la vigilancia a las ocho en
punto, y aún no habían siquiera desayunado.
Nada comentó Ariel sobre aquello. No era asunto suyo controlar
el cumplimiento de las normas en Ascalón. Aquellas instalaciones
no eran para ellos más que un improvisado centro de operaciones.
—Bien señores —dijo Kachka a sus compañeros en cuanto ter-
minaron el desayuno—. Es hora de ponernos a trabajar. En el in-
forme recibido ayer se nos concede una semana de plazo para com-
pletar las negociaciones, y me da la impresión de que no nos ha de
sobrar el tiempo.
Los otros tres asintieron con la cabeza y solicitaron instrucciones
de su superior.
—Estamos a sus órdenes, capitán. Usted dirá.
—Lo primero es contactar con un tal Rahid Padúm. Supuesta-
mente es el hombre que intermediará en el cambio de prisioneros.
—¿Y cómo hemos de contactar con ese individuo? —preguntó
el alférez Gorten.
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