Page 238 - Edición final para libro digital
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Padre e hijo se despidieron sin alargar más la conversación. En
media hora, David Kachka podría conocer qué era lo que quería
decirle Ariel por una línea segura.
Pagó la cuenta y salió hacia la base de Haifa. Allí se habría de
reunir, una vez más, con los coroneles Peres y Taback. Pero antes iría
hasta el Bambino para esperar la llamada de su hijo. No se imagina-
ba qué podía preocupar tanto a Ariel como para temer que le escu-
chasen los servicios de espionaje; pero no debía tratarse de ningún
asunto baladí cuando el joven tomaba la precaución de comunicár-
selo por una línea telefónica segura.
Poco antes de las tres, el veterano jurista entraba en el Bambino y
buscaba un taburete libre, lo más cercano posible al teléfono del local.
Pidió una consumición y le dijo al camarero que esperaba una llama-
da. Pocos minutos después, el estridente timbre procedente del locu-
torio a modo de pequeña cabina que se encontraba justo en la esquina
del establecimiento, a pocos pasos de donde Kachka había decidido
sentarse, atraía la atención del camarero, y la del propio abogado, que
dio por seguro que aquella era la llamada que estaba esperando.
El mozo levantó el auricular, y tras unos segundos escuchando
miró hacia David y le preguntó:
—¿Es usted David Kachka?
—Sí. Yo soy —le respondió el padre de Ariel, dirigiéndose ya
hacia el teléfono.
La voz de su hijo sonó al otro lado.
—Papá, ¿puedes hablar?
—Sí. Creo que nadie me puede oír aquí. Dime. ¿Qué ocurre?
—Si te he pedido que nos comuniquemos por otro teléfono es
porque creo que nos tienen pinchados los nuestros.
—¿Por qué razón crees que nos vigilan?
—Porque algo no me cuadra en toda esta operación. Jamás el
ejército había montado un operativo tan extraño para negociar un
intercambio de prisioneros.
—Ya sabes que tiene mucho que ver el que Eitán Sabel sea uno
de los capturados.
—Lo sé. Pero, de todos modos, ¿por qué enviar a alguien como
yo para hacerse cargo de un operativo que usualmente ejecutan los
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