Page 241 - Edición final para libro digital
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—Comandante. Desearía poder hablar con los Hasbúm un mo-
                 mento a solas.
                    Ismael Smiter frunció el ceño. Lo que le proponía David Kachka
                 no le agradaba en demasía, pero accedió a la petición del abogado.
                    —Está bien. Pero tan sólo un par de minutos. Debemos salir ya
                 para llegar a Ascalón antes de que se ponga el sol.
                    —Lo comprendo comandante. Pero faltan aún tres o cuatro ho-
                 ras para que eso suceda. Creo que no será un problema retrasar cinco
                 minutos la marcha.
                    Una vez más, Smiter hizo un gesto de contrariedad, pero otorgó
                 a Kachka el tiempo solicitado. A pesar de lo poco que le gustaba
                 tener que hacer partícipe de aquello a un civil. Smiter tenía órdenes
                 de Peres al respecto. Kachka gestionaría las cuestiones legales y él
                 debería seguir sus instrucciones. Mientras los Hasbúm no estuviesen
                 dentro del furgón, camino de Ascalón, Kachka era el responsable de
                 los reclusos.
                    —Bien muchachos —le dijo Kachka a los dos hermanos una vez
                 se retiraron Smiter y sus hombres; quienes permanecieron vigilantes
                 desde una prudencial distancia—. Pronto volveréis a ser libes. Pero
                 quisiera pediros que no continuéis por el camino que llevasteis hasta
                 ahora. Os pido que recapacitéis. Que recordéis que aquellos a quie-
                 nes obedecéis mataron a vuestro padre. Nada justifica el asesinato.
                 Recordad que vosotros aún no habéis matado a nadie y aún estáis a
                 tiempo de llevar una vida tranquila y honrada.
                    —¿Qué sabe usted de lo de mi padre?, ¿Quién le ha hablado de
                 eso? —preguntó Sabil sorprendido—. Es la segunda vez que nos
                 menciona a nuestro padre.
                    Los Hasbúm ya imaginaban que Kachka conocía lo sucedido con
                 Ibrahim a manos de los milicianos palestinos. Pero, ¿quién le podría
                 haber puesto al tanto de su cobarde pasividad ante aquel hecho?
                 Incluso Fatma no debería conocer los detalles de aquel asesinato.
                    Ellos deberían haber intercedido en favor de su progenitor. Cier-
                 to que eran aún muy jóvenes y que su radical fanatismo por la causa
                 les llevaba a justificar los más atroces crímenes. Pero Ibrahim era su
                 padre, y aquel acontecimiento perseguía a los dos muchachos desde
                 entonces. A pesar de su fidelidad a la organización, nunca habían

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