Page 233 - Edición final para libro digital
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desayunar. Y en todo caso, no dejaría de prepararle a ella la primera
                 comida del día.
                    Fatma se impacientó. Llamó por la anciana a gritos mientras re-
                 corría toda la casa.
                    —¡SAIDA, SAIDA! —gritaba mientras ojeaba todos los rincones
                 del modesto apartamento.
                    Salió al rellano y llamó agitada a la puerta de la señora Levsky.
                    La vecina de los Maher le abrió casi de inmediato.
                    —¿Qué ocurre Fatma? —le preguntó.
                    —¿Está Saida con usted? —le inquirió visiblemente excitada.
                    —No, aquí no está. Pero dime qué ocurre —insistió la vecina; ya
                 presa también de los nervios.
                    —Me he levantado y Saida no estaba. La busqué por toda la casa
                 y no la encuentro. Estaba muy afectada por la muerte del señor Ma-
                 her y me preocupa que haya podido cometer alguna locura.
                    Fatma había recordado en ese momento lo que la anciana repi-
                 tiera más de una vez el día anterior: «No para mí, hija. Mi vida ya
                 no tiene ningún sentido sin Abdud». No podía quitarse aquello de la
                 cabeza.






























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