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CAPÍTULO 26.
e nuevo en Ascalón, el capitán Ariel Kachka reunió a su equi-
po. No era aún la hora de comer; lo cual le daba un margen
Dpara poner al tanto a sus compañeros antes de que tocase a ran-
cho. Después haría las llamadas que tenía previstas para dar el visto
bueno al traslado de Nabir y Sabil. Su padre esperaba instrucciones
para comenzar con la operación de acercamiento de los dos presos.
—Caballeros —comenzó diciendo una vez hubo reunido a los
demás integrantes del grupo—. Me he reunido personalmente con
Boulus Musleh, el principal líder de las milicias de Hamás, y la per-
sona que tiene retenidos a Eitán Sabel y sus dos compañeros.
—¿Ha tenido problemas en Gaza? —le preguntó el alférez Gor-
ten, evidenciando cuan preocupados habían estado durante su au-
sencia.
—No. Todo ha ido bien. Aunque no sería sincero si no os reco-
nociese que he pasado mucho miedo.
—Deberíamos haber ido con usted.
—Hubiese sido un tremendo error, creedme. Posiblemente no
hubiese podido acercarme a Musleh, y habríamos tenido que defen-
der nuestras vidas. Esos hombres toman muchas precauciones, y si
se huelen el más mínimo peligro no dudan en disparar.
—Habla de ellos como si fuesen más competentes que nosotros.
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