Page 232 - Edición final para libro digital
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La anciana nada respondió. Tan sólo se dejó llevar por la mucha-
              cha; quien, cogiéndola por la cintura, arrimó su cara a la de ella para
              recorrer juntas el pasillo hasta la habitación del matrimonio. Con
              infinito cariño, la joven ayudo a Saida a acostarse, y dándole un beso
              en la frente la consoló por enésima vez.
                 Ya Fatma se encontraba a punto de cerrar la puerta de la habita-
              ción cuando Saida llamó su atención.
                 —¡Fatma! —dijo sin levantar la voz.
                 —Dígame. —respondió ella girándose hacia la cama.
                 —No quisiera molestarte, pero me agradaría que esta noche te
              quedases aquí conmigo.
                 —Claro. Me agradará mucho acompañarla. Las dos estaremos
              mejor juntas —le dijo esbozando una tierna sonrisa.
                 La muchacha volvió entonces junto a la viuda y se acostó a su
              lado. Apagó la luz y ambas, inmersas en sus propios pensamientos,
              se entregaron al relajante sueño que tanta falta les hacía.


                 Eran poco más de las nueve cuando Fatma, presa aún de la som-
              nolencia, abrió con dificultad los ojos. El día era soleado y la luz
              entraba a borbotones a través de los flamantes visillos que cubrían
              la ventana. Tan sólo unos segundos más tarde, en cuanto logró des-
              pertarse totalmente, se dio cuenta que la señora Maher ya no estaba
              en la cama. Acostumbrada a que la anciana madrugase mucho más
              que ella, supuso que estaría rondando por la casa y con el desayuno a
              punto. Se levantó y se dirigió al baño; donde abandonó parte de sus
              tensiones bajo una revitalizante ducha. Envuelta en una gran toalla,
              volvió a la habitación para vestirse antes desayunar. Le extrañó no
              escuchar ruido alguno en todo aquel tiempo, pero se maginó que la
              señora Maher estaría leyendo en el salón, o simplemente sosegada,
              inmersa en sus más íntimos recuerdos. La mujer de Abdud siempre
              había intentado no hacer ruido por las mañanas para no despertarla
              a ella ni a su marido; pues ambos solían dormir hasta más tarde. Por
              ello no le preocupó aquel silencio.
                 Una vez se hubo vestido se dirigió a la cocina. No había nadie
              allí, y tampoco se veían señales de haber sido utilizada. Eso sí le
              extrañó un poco a la becaria. No acostumbraba Saida a pasar sin

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